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Miércoles 29 de agosto 2012

Santos: Una hoja de ruta para la paz

Por: Lic. César Sánchez Olivencia.
Santos: Una hoja de ruta para la paz
Foto: Medios

El pragmatismo de Santos. El anuncio del inminente inicio del diálogo entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, no debe sorprender. Es la aplicación más firme y decidida del  pragmatismo del inteligente mandatario, a diferencia de la pendular actitud liberaloide de su antecesor. La  inteligencia política de Santos aumenta su popularidad en Colombia, así como su liderazgo regional que le abre juego en el espectro político. No sería extraño que los organismos regionales le den un apoyo más que moral en la laberíntica tarea. Ya  había dado señales de no querer poner en su lista roja a Chávez y Castro, que motivó el grito al cielo de Álvaro Uribe. Según parece, ya nadie podría detener la mesa de diálogo, que llevará a la paz y reconciliación. Así sea.

Los tipos de pragmatismo pueden confundirse  con el idealismo o el simple pacto con el  sistema. Veamos el caso actual del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. César Gaviria corrió muchos riesgos, en su lucha por cambiar la Constitución  y realizar modificaciones como la apertura económica.  Su pragmatismo político lo impulsó a pensar que sus acciones  eran las más apropiadas para alcanzar el objetivo esperado. Álvaro Uribe aplicó políticas pragmáticas sin intentar reformas estructurales ni contrariar a  los grupos de poder. Y en nuestros días, Santos refleja un pragmatismo político muy creativo, que nunca practicaron ni Gaviria ni Uribe. ¿Y qué hace y adónde se dirige ahora el pragmatismo del presidente Santos?

El jefe de Estado colombiano  confirmó que su administración se reunió con delegados de la guerrilla para buscar "el fin del conflicto" que lleva 6 décadas. El próximo encuentro será el 5 de octubre en Oslo, capital del reino de Noruega. Los acercamientos de Colombia con las FARC se harán sobre la base de tres principios rectores: 1) Se debe aprender "de los errores del pasado para no repetirlos"; 2) "Cualquier proceso tiene que llevar al fin del conflicto, no a su prolongación"; 3)  Las fuerzas de seguridad del Estado "mantendrán las operaciones y la presencia militar sobre cada centímetro del territorio nacional".

Después de la reunión en Oslo,  los delegados de Gobierno y guerrilla se dirigirán a La Habana para sentarse a negociar “con la aspiración de no levantarse de la mesa hasta no suscribir un pacto de paz que ponga fin a más de 50 años de conflicto”. Las cosas no han sido fáciles. El resultado es la consecuencia del pragmatismo político que aplicó el presidente Santos desde inicios de su mandato. En agosto de 2010, el entonces flamante  presidente, dejó claro que no iba a cerrar las puertas a una salida negociada del conflicto. El año siguiente,  el máximo jefe de las FARC, Alfonso Cano, anunció  el deseo de la guerrilla de emprender diálogos de paz. Cano le recordó a Santos que “en su discurso de posesión, prometió dejar atrás los odios que habían caracterizado los ocho años del anterior Gobierno".

Considero que la prueba más notoria de la voluntad de paz del gobierno de Santos ha sido la reforma constitucional. Y pudo hacerla. ¡Vaya, qué fuerza! A mediados de junio, el Congreso aprobó un proyecto promovido por el gobierno que permitirá futuras negociaciones de paz con las guerrillas. El proyecto plantea la posibilidad de otorgar beneficios como la suspensión de penas a los dirigentes de grupos armados que se desmovilicen. También establece mecanismos para priorizar y seleccionar casos de violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario.

Respirar por la herida política. Al completar la mitad de su mandato de cuatro años, el Presidente de Colombia, se vio obligado a defender su gestión de sus detractores y especialmente de su más enconado rival: su predecesor y ex aliado político, Alvaro Uribe. En una entrevista televisiva, Santos refutó  al ex mandatario y cuestionó a quienes lo acusan de haber traicionado el legado del gobierno de Uribe. “¿A quién traicioné? (…) ahí están los programas de campaña, que es lo que he venido prometiendo. Que no soy títere de nadie, eso sí es cierto; no he sido, no soy ni seré nunca un títere de nadie” (…)  “Es que yo no grito, yo no insulto; yo tengo una forma de ser conciliadora, soy pragmático” (…) Yo estoy construyendo sobre lo que él (Uribe) construyó, construyendo con otra agenda y con otras prioridades, porque las agendas se van agotando y se tienen que ir cambiando”, (…) “Me debo al pueblo colombiano, al mandato que recibí del pueblo colombiano, que lo estoy cumpliendo”, enfatizó.

La actitud del presidente colombiano nos hace reflexionar sobre la posición que los jefes de Estado tienen que adoptar cuando se trata de tomar decisiones sobre los problemas graves que presionan a sus gobiernos. Muchas veces esta actitud es criticada por la oposición y también por sus propios partidarios como ha ocurrido con el presidente Obama. El propio  candidato republicano, Mitt Romney, supo aplicar esos recursos en  política  y sobrevivió con la fama de  un pragmático. Sin embargo, sus adversarios recuerdan con mucha razón que  la línea que separa a un político pragmático de un cínico,  descreído u oportunista es muy delgada. Dicen que  Romney la ha cruzado en aras del poder, a pesar de ser un líder mormón.

Publicado el 29 de agosto de 2012 en el diario La Razón.

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