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Jueves 30 de agosto 2012

Imaginemos nomás

Por: Jaime de Althaus.
Imaginemos nomás
Foto: Referencial

En el Perú se necesita un debate a todo nivel acerca de si vamos a usar la minería como una palanca estratégica para nuestro desarrollo o no, si vamos a usar el principal recurso natural que tenemos para acortar etapas y convertirnos en país desarrollado en poco tiempo, o lo vamos a desperdiciar y dejarlo de lado para optar por otras estrategias.

Hay varios mitos. Uno que no es posible desarrollarse exportando minerales o materias primas. Noruega, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, por ejemplo, son países desarrollados cuyas exportaciones de recursos naturales son el 84%, 77%, 44% y 73%, respectivamente, de sus exportaciones totales. Han usado la minería o los hidrocarburos para construir infraestructura y educación y generar encadenamientos que han provocado un avanzado desarrollo industrial y de servicios.

Algo de eso empieza a ocurrir en el Perú, gracias a las inversiones mineras hechas en los 90. Un estudio de Miguel Palomino del IPE, realizado a partir de la tabla insumo-producto del 2007, revela que el porcentaje de insumos nacionales que usa la minería pasó de 83% (1994), a 95% (2007). Es decir, la minería está ahora muy integrada a la economía nacional, y genera un fuerte desarrollo industrial (metalmecánica, por ejemplo) y de diversos servicios. Cae el mito de la minería como enclave; y de paso, el mito de que no genera empleo: por cada empleo generado en la minería, se crean nueve empleos en otros sectores.

Palomino proyecta el impacto que se produciría en la economía de concretarse la cartera de inversiones de US$53 mil millones existente. No solo se desarrollarían otros sectores generando nada menos 2’400.000 empleos estables, sino que habría mayores ingresos fiscales por S/.26 mil millones, con lo que podríamos casi triplicar el gasto en educación o cerrar varias brechas de infraestructura.

Romperíamos el círculo vicioso que nos mantiene relativamente atrapados en empleos informales y de baja productividad: habría plata para que el gasto en educación pase del estancado 3% del PBI al anhelado 6% establecido en el Acuerdo Nacional lo que, junto con más inversión en investigación tecnológica e infraestructura y una formalidad menos onerosa, haría que nuestra población aumente su productividad, se formalice y que la economía dé el salto a producciones de mayor valor agregado. Así aceleraríamos aun más la diversificación de nuestra economía, lo que ya ocurre en los últimos 20 años, donde las exportaciones no tradicionales han crecido –en volumen– a una tasa anual tres veces superior a las tradicionales.

Ahora imaginemos qué lograríamos si nuestra cartera de proyectos mineros no fuera de 53 mil millones de dólares sino de 91 mil millones, como la chilena. O si nuestras exportaciones de minerales fuesen no algo más del doble de lo que son ahora, sino ¡diez veces más!, como lo son en este momento las australianas, que superan los 200 mil millones de dólares. Imaginemos nomás.

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