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Viernes 07 de septiembre 2012

¿Quién se lo dice?

Por: Juan M. Raffalli A.
¿Quién se lo dice?
Foto: Referencial

La campaña electoral ha entrado en su último tercio. La hora de las jugadas chiquitas. El envión final de una larga carrera. La estrategia del candidato-presidente se ha enfocado en apariciones mediáticas largas y en cadena dejando al descubierto y sin rubor, un abuso insólito de su poder mediático. También el candidato Chávez ha hecho algunas concentraciones esporádicas en zonas de confort, signo inocultable del esfuerzo enorme que está haciendo por sus quebrantos de salud aún objeto de dudas por parte de muchos incrédulos. Pero indiscutiblemente, la otra línea estratégica, además del ataque personal y la comparación ideológica, ha sido fomentar la creencia de una ventaja inalcanzable apoyado en encuestas muy bien seleccionadas. Se ha llegado al punto de afirmar que el candidato-presidente le lleva veinte puntos a su contendor y más aún el propio Chávez hace pocos días calificó la victoria del "majunche", como un imposible.

Pero la verdad es que el comportamiento del candidato-presidente, errático, agresivo, e insultante, apelando a un ventajismo cada vez más grotesco y sobre todo corriendo agotado detrás de la agenda que la ha marcado su contendor, no es consistente con una supuesta ventaja de semejante magnitud. Todo lo contrario, pareciera que Chávez se ha visto compelido a variar sus posiciones de campaña. Realmente esperamos que eso sea así y que el candidato-presidente se percate de que su derrota a decir lo menos es factible, por no decir que es altamente posible. Si su postura en ese pináculo de imbatibilidad es sincera y supera la simple estrategia electoral, Chávez se colocaría en un escenario de desconcierto tal en la tarde noche del 7-O que ojalá sepa manejar. En el pasado hemos visto esa película. Madrugadas largas en las que el propio silencio del árbitro que brota de una baranda vacía, anuncia un resultado adverso inocultable. Si el propio Chávez no asume la factibilidad de su derrota, lamentablemente por su personalidad y la de sus más cercanos colaboradores, no habrá nadie con los galones como para decirle con tiempo: "oye, Hugo, el hombre no resultó tan majunche y hace rato el final se avizora cerrado". Quien dé ese paso caería en la picota política pero asumiría una actitud valiente, reflexiva y de gran utilidad para la tranquilidad de todos. (El Universal)

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