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Miércoles 19 de septiembre 2012

Elecciones Norteamericanas: La Derecha y el Destino de Romney

Por: Steven Levitsky.
Elecciones Norteamericanas: La Derecha y el Destino de Romney
Foto: grantjkidney.com

Las condiciones no son demasiado favorables para la reelección del presidente Barack Obama. La economía creció menos 2% en la primera mitad de 2012, y el nivel de desempleo es alto (8,3%). Según las encuestas, solo un tercio de los norteamericanos cree que el país va bien, mientras dos tercios creen que el país está en el “camino equivocado”. El grado de aprobación de Obama fluctúa entre 45% y 48%. Estos números favorecen al candidato republicano Mitt Romney. Los presidentes con tasa de aprobación inferiores a 50% difícilmente son reelegidos; y desde 1945, cada presidente que busca la reelección con una tasa de desempleo superior a 7,2% ha perdido.

Pero hasta ahora, Romney no gana. Según las encuestas nacionales, hay un empate técnico, y en el Colegio Electoral, basado en los resultados electorales de los estados (regiones), Obama mantiene una ventaja. Aunque la brecha es pequeña, y cualquiera de los dos candidatos puede ganar en noviembre, la mayoría de los analistas dicen que si las elecciones fueran hoy ganaría Obama.  

¿Por qué no gana Romney? Primero, no es el mejor candidato. Le falta carisma y sensibilidad social; es visto como un hombre privilegiado que no comprende los problemas de la gente común; y debido a sus repetidos cambios de opinión (ganó la gobernación de Massachusetts en 2002 como centrista, pero luego se convirtió en conservador para buscar la candidatura presidencial), es percibido como poco auténtico. De hecho, Romney es uno de los candidatos menos queridos de los últimos años. Según una encuesta publicada esta semana, solo 40% tiene una imagen favorable de Romney (50% tiene imagen favorable de Obama).

Segundo, el Partido Republicano se ha vuelto muy derechista. Goza de una sólida base conservadora (35-40% del electorado), pero tiene dificultades para llegar al votante medio, que se ubica más en el centro.  Bajo la influencia del Tea Party y los grupos evangélicos, los republicanos han asumido posiciones radicales (antiaborto, antihomosexual, antiinmigrante, antimedioambiente) que no caen bien en el electorado independiente. Un ejemplo del extremismo republicano es Todd Akin, un candidato al Senado que se opone al aborto aun en casos de violación o incesto (una perspectiva compartida por solo el 20% de los norteamericanos). La semana pasada, Akin dijo que las víctimas de la “violación legítima” no se embarazan (porque Dios las protege).  

Romney es un republicano moderado, pero debido a la radicalización de la base tuvo que derechizarse para ganar las elecciones internas.  Así que el mismo Romney, que como gobernador (2002-2006) había apoyado la legalidad del aborto, exhibido tolerancia hacia los homosexuales y los inmigrantes, e impulsado una reforma del sistema de seguro médico parecido a la reforma de Obama, se volvió antiaborto, antihomosexual, antiinmigrante y opositor de su propia reforma de salud. Estos cambios refuerzan la imagen de Romney como un político sin principios.

Aparentemente convencido de que se encaminaba hacia la derrota, Romney cambió de estrategia en agosto. Su estrategia inicial había sido correr al centro. Como es necesario llegar a 50% del voto en un sistema bipartidista, los candidatos norteamericanos suelen moderar su discurso en búsqueda del voto independiente.  La estrategia de Romney había sido no decir nada.  Se limitaba a presentarse como un empresario exitoso que, dada su experiencia como gerente, podía arreglar la economía.  Creía que la elección iba a ser un referendo sobre Obama, y como la mayoría estaba descontenta, ser el “no Obama” bastaba.  No funcionó.

Con la selección del congresista Paul Ryan como su candidato a la vicepresidencia, Romney parece haber adoptado una estrategia alternativa propuesta por muchos conservadores: movilizar la base. La estrategia se basa en dos hechos. Primero, el nivel de participación electoral en Estados Unidos es bajo. En las últimas 10 elecciones presidenciales, la tasa promedio de participación es solo 54%.  Segundo, la gente que vota suele ser más ideológica.  Si solo vota la mitad del electorado y la gente más ideológica vota más, una campaña orientada a movilizar la base conservadora podría rendir frutos.  Los conservadores son poco más de un tercio del país, pero si votan masivamente podrían convertirse en mayoría electoral. La idea, entonces, es entusiasmar la base.  

La base republicana no estaba muy entusiasmada con Romney, un moderado pragmático.  Pero idolatra a Ryan, un hombre claramente identificado con la derecha. Según un estudio de sus votos en el Congreso, Ryan es el candidato a vicepresidente más conservador en la historia moderna.  Se hizo conocido en 2010 con un plan para reducir el gasto público a través de un achicamiento radical del sistema de bienestar. Sus propuestas –como la privatización del sistema de pensiones y el desmantelamiento del sistema de seguro medico para los jubilados– son cuestionadas por muchos norteamericanos, pero son música para los oídos de los militantes del Tea Party.  

La selección de Ryan excitó la base republicana. Trajo un diluvio de donaciones y nuevos activistas para la campaña. La base demócrata no está tan apasionada, y esta “brecha de entusiasmo” podría tener consecuencias electorales. Según una encuesta publicada por CNN la semana pasada, Obama ganaba por 9 puntos en el electorado general, pero entre la gente más dispuesta a votar, su ventaja caía a 2 puntos.   

Pero movilizar la base también tiene costos. Un discurso ideológico que genera entusiasmo en la militancia republicana puede asustar votantes en el centro.  El Plan Ryan es un texto sagrado para el Tea Party, pero no es muy popular en el electorado. Según las encuestas, una sólida mayoría se opone a reformas radicales al sistema de bienestar. Así que las ideas radicales de Ryan podrían terminar empujando a muchos independientes hacia Obama.

La selección de Ryan es una jugada arriesgada para Romney. Fomentar el entusiasmo de la base conservadora podría ser decisivo en una elección reñida. Pero también podría consolidar al Partido Republicano como un partido de ultraderecha que representa un sector ruidoso pero claramente minoritario del electorado. Si ocurre eso, tendremos un gobierno demócrata por (por lo menos) cuatro años más (Con información del diario La República).

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