La ciudad más triste

La Lima que se va con José Gálvez, la horrible de Sebastián Salazar Bondy y, ahora, la más triste, que me acompaña cuando camino solo por las calles, se merece cierto respeto. Pimentel, con acertada intuición, hace su síntesis: “Lima se rehúsa a llamar a las cosas por su nombre y en ese artificio ha encontrado la clave de su prosperidad”. Leí la novela entera, en original estilo epistolar, que contiene una riqueza exquisita de lenguaje, una trama republicana escondida en la prosa poética propia del autor, y fui mejorando de ánimo. La ciudad que acoge a los personajes refleja su seguridad en sí misma, su contraste versallesco y pueblerino a la vez, su incipiente mestizaje decimonónico –tiempo en que transcurren los hechos–, no sin la ironía fina que le pone ají a la narración en cada página. Lo que más me gustó fue la descripción del terremoto y la huida de los presos, en esas pocas páginas que resumen tantas historias reales, periodísticas, propias de la ciudad, en estos días en los que nos pronostican sismos con fecha y hora. Mientras viene la catástrofe, que dicen que vendrá, lea usted también esta novela, que bien vale la pena.

Publicado el 22 de setiembre de 2012 en el diario La Razón.