1. En general, el peruano no es adicto al triunfo. Se regodea en el martirio de lo inferior o de la derrota. No admite el triunfo de un compatriota en cualquier ámbito. En política, se vota con la esperanza de la epopeya. Victorioso el candidato se le busca tres pies al gato para derrumbarle, a renglón seguido se juega el futuro votando por la confusión, el caos y la acracia. Inmediatamente se busca revocarle el poder otorgado en las ánforas… y a comenzar otra vez.
Por alguna razón aún inexplicable ello sucede en el Perú cada 20/ 25 años desde que Salaverry asumiera el mando a inicios de la década de 1830. Mientras que en Colombia recomponían el sistema luego de la muerte de Bolívar y en Chile asumía Portales, propulsor de su Constitución Política que duró hasta Pinochet y como Lincoln en 1862, en plena guerra con Perú, se dieron el lujo de convocar a elecciones.
En mis tantos años de vida, cercanos a la cuestión publica, he visto la misma película con diferentes actores a través del tiempo y he experimentado la inconsecuencia del poder político por tres generaciones hace 100 años continuos. Por ejemplo, en 1967, Manuel Moreyra Loredo y yo, aún jóvenes, fuimos destinados al ostracismo solamente por señalar la verdad. Advertimos al Ejecutivo de una inminente devaluación de la moneda basados en observaciones de varios investigadores conocidos nuestros, cuyo resultado sería catastrófico al tratar de corregir el posdevaluatorio, como después lo sabríamos los peruanos cuando el gobierno de Fujimori enmendó el desastre de la década del 80. Desdeñaron el esfuerzo y la advertencia precisamente por considerarlo una fantasía juvenil.
Viene a colación lo explicitado sobre el triunfo, porque el actual presidente de la República al haber enmendado la plana de su campaña para ejercer un gobierno respetable está siendo acorralado por sus antiguos perversos y trasnochados ideológicamente compañeros de ruta con huelgas (que ya nos tienen aburridos) y desmanes. Colaboran en el asedio el PP-MP, varios ministros izquierdistas y ejecutivos de empresas publicas, alcaldes extorsionadores (Chilca), más un asustadizo MEF que acumula riqueza como algunos gobiernos regionales sin producir nuevas inversiones.
2. Si el presidente Alberto Fujimori muere en prisión, habrá repercusiones. Los responsables vergonzantes serán los gobernantes que lo permitieron. Los autores inmediatos del protervo crimen contra el hombre que enrumbó el Perú hacia mejores destinos serán los jueces y fiscales caviares que vengaron la derrota militar, política y social del comunismo marxista, sentenciándole de por vida, sin pruebas, con la falacia caviar de la “autoría mediata”. Precisamente, autores mediatos serán los supremos chilenos que extraditaron al mandatario por razones políticas, luego de que uno de sus jueces encargado del caso dictaminase que no había mérito para ello, demostrando efectivamente que son los chilenos de siempre y no tienen el “espíritu británico”, como presupuso Fujimori.
Posiblemente no les pase nada a los verdugos caviares, pero sus nombres y apellidos y sus descendientes vivirán en el olvido, como les sucedió a los “jueces” del tribunal que hace 80 años sentenció a Leguía.