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Miércoles 26 de septiembre 2012

El horror de la verdad

Por: Marco Sifuentes.
El horror de la verdad
Foto: Difusión

“Mi orgullo lo hirió, con mis amigos, mi familia… Ahora me dicen cachudo”.
Esto declaraba Bryan Romero a 24 horas de confesar el asesinato de Ruth Thalía Sayas, la ahora célebre primera concursante de ‘El valor de la verdad’.

En un mundo ideal, esta tragedia debería haber desencadenado un necesario debate sobre el feminicidio y los límites de la regulación de los medios. A estas alturas, en cambio, vamos a 72 horas de histeria, recriminaciones y vendettas periodísticas alrededor del caso de Ruth Thalía.

Ella ha terminado convertida en una excusa de quienes estaban esperando para ajustar cuentas con Beto Ortiz que, como es predecible, no son pocos. Pero eso ha llevado a que la discusión se desvíe hacia los caminos menos saludables.

‘El valor de la verdad’ no es un formato televisivo que se pretenda inocuo. Está diseñado para exponer las miserias secretas de la gente. Salvo el ingenioso y valioso retruque que fue la aparición del suboficial Millones, lo demás es morbo puro y sin destilar. Primicia, chocherita. Casi toda la televisión lo es. Otra, nadie la sabe: EVDLV fue el programa con más ráting semana a semana y probablemente este sábado lo vuelva a ser. ¿Cuántos de los indignados con el programa eran sus fieles devotos cada fin de semana? Pero jamás se señala la responsabilidad de las masas que avalan este tipo de programación.

Sin embargo, el dato más interesante de todos los que han circulado en estas horas es que este formato ha sido replicado en más de 30 países y solo en el Perú ha desencadenado el asesinato de una mujer. En Colombia, una persona admitió haber contratado un sicario para matar a su esposo. Pero en ningún país existió un crimen producto del programa. ¿Por qué?

Esa es la discusión que deberíamos tener. ¿Por qué en este país sigue siendo inaceptable que una mujer tenga una conducta sexual “distinta”? Ruth Thalía tenía el derecho de confesar lo que le diera en gana, donde le diera la gana, gratis o por plata, sin correr el riesgo de que un macho ofendido en su virilidad la drogue, la ahorque y la mate a golpes.

Ese y no otro es el punto en el país en el que la mitad de los asesinatos de mujeres son cometidos por sus parejas o su exparejas. En el país en el que a mucha gente le cuesta entender el concepto de “feminicidio”.

En el país con más denuncias de violación de Sudamérica; puesto 16 en el mundo. En el que se violan 20 personas al día y, de ellas, 93% son mujeres y, de ellas, la mayoría son menores de edad y, de ellas, la mayoría son ahijadas, sobrinas o hijas del violador. En el país en el que el 90% de casos de violación a mayores de edad queda impune. En el que ni uno solo de los acusados en los 538 casos de violación registrados por la CVR durante la etapa de violencia ha terminado en prisión. En el que alguna vez el padre del presidente de la República sugirió invadir Chile “con fusil y pene”, es decir, violando a las chilenas. En el país en el que, a pesar de todo esto, se siguen lanzando reportajes sobre los más ingeniosos “piropos” callejeros o se publican notas sobre cómo detectar si tu mujer es infiel (tip 5: “Ya no quiere hacer las labores de la casa”).

El apanado a Beto Ortiz puede ser súper cool y políticamente correcto porque no hay nada para quedar mejor que hacer mierda a los medios. Pero quizás podríamos detenernos un ratito, mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que hace rato todos nosotros también estamos en la mierda (Con información del diario La República).

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