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Miércoles 26 de septiembre 2012

El problema es Chávez

Por: Antonio Cova Maduro.
El problema es Chávez
Foto: Referencial

Cuando se acerca raudo el final del régimen que, por catorce años ha padecido Venezuela, es importante hacer un primer análisis (finalmente será la historia que se escriba el próximo siglo la que produzca el veredicto final) del papel central que en él tuvo su constructor y principal protagonista, por no decir casi único protagonista, Hugo Chávez Frías.

Que haya sido él quien lo ideó y lo instaló creo que ningún venezolano lo duda. Que eso fue posible gracias a la pasividad del grueso de la población es algo que la inmensa mayoría ya va aceptando, aunque muy pocos todavía caen en cuenta de que ha sido esta misma población la que le hizo engolosinarse con el "vestuario" democrático que su régimen adoptó, dejando de lado las reiteradas dudas que Fidel Castro le expusiera. El dinosaurio nunca ha creído en revolución conviviendo con formas democráticas de legitimación.

Cuando afirmamos que "el problema" es Chávez lo decimos porque sin él, sin su presencia constante, vigilante, agotadora, a lo mejor esta revolución habría tenido algunos logros que jamás podrían borrarse. Él lo ha hecho imposible.

Para entenderlo mejor comencemos desde el inicio. Hugo Chávez jamás supo lo que era la "función pública" antes de su estrepitosa irrupción en la escena nacional. En eso es todo lo contrario de Henrique Capriles, quien podría darle mil y una lecciones sobre qué es un "punto de cuenta", qué es lo que supone un presupuesto y demás asuntos de la gestión pública. En eso Hugo Chávez era una tabula rasa. Peor aún, una tabula que siempre se ufanó de serlo.

En sus primeros pasos en Miraflores hizo rotunda su condenatoria de todo lo que le había precedido. Para él -y pienso que sinceramente lo cree- nada de lo que Venezuela tiene razones para ufanarse se debe a los otros. Él es el alfa y el omega. Él es el comienzo y consolidación de todo. Esa es la razón por la cual nada tiene que aprender. Sólo hay un hombre en la Historia que se le parezca: Adán, el marido de Eva.

Por eso nunca se vio precisado de aprender. ¿Para qué, si nada había servido antes de su gloriosa aparición? Pero, además, a esa extravagante confianza en sí mismo, rápido le apareció un acompañante: la pasión por la experimentación hora tras hora. Por eso nunca dejó que cuajara ninguna de las ideas que se le ocurrían -ah, cuán ocurrente es Hugo Chávez- ni nunca sus vasallos pudieron funcionar con los "tiempos" de su jefe. A algunos ni siquiera les dejó calentar la silla, como a aquel Samán tonante, y al pobre Ministro de la Electricidad, que a duras penas tuvo tiempo de comprarse un flux para presentarse en televisión. ¿Rodríguez no se llamaba el pobre?

Sin conocer a la gente -era un paracaidista, después de todo- ni menos los intrincados mecanismos de la administración pública y sus oscuras conexiones con los grandes negociantes -ustedes saben, los "contratistas" de obras que escurren los millones antes de que se vea un ladrillo, o los "magos" de las cadenas de abastecimiento en Mercal y Pudreval- quiso tener las manos en todo. Todos los nombramientos, todos los procedimientos, todas las minucias.

Como no tuvo contención alguna, porque desde el inicio minó la separación de poderes y muy pronto secuestró a un Poder Judicial que ha marcado máximos nunca vistos en la venalidad, el abuso de poder fue su norma en lo que a la dirección de los asuntos de Estado tocaba. Supremo juez, supremo legislador, supremo culpable a la larga. Nunca se vio más claro el refrán "el que mucho abarca, poco aprieta".

Por querer controlarlo todo terminó dejando hacer y por querer ser el supremo donante acabó siendo el gran despilfarrador que pasa de un enredo a otro manejando real ajeno. Pero fue quizás en el torpe y grosero manejo de la crisis petrolera donde dio inicio al harakiri. Al entregar Pdvsa a los "revolucionarios" pronto los convirtió en la banda de Alí Babá. De revolucionarios a robolucionarios, y el título "bolivariano" rápido adquirió su verdadero sentido: una adicción enfermiza a los bolívares, que sólo se saciaba si eran muchos, millones de ellos.

Hoy es una Pdvsa enferma la que con esmero ha preparado el ataúd del régimen y la que mejor ha hecho ver cómo de ser la gallina de los huevos de oro pudo pasar a ser la caja de Pandora de este Agonizante por quien nadie derrama lágrima alguna. ¡Que ni en paz descanse!

Quizás haya tenido más razón de la que imaginé cuando repetía: "Yo confío en Hugo Chávez. Sé que no descansará hasta obligarnos a salir de él". ¡Lo lograste, caballo! (El Universal)

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