La dialéctica marxista es un poder destructivo contra las personas, familias, empresas, iglesias y el Estado.
Según Lenin, el poder debe ejercerse por los “soviets” (asambleas o grupos de comunistas). Las ONG, embriagadas por el recetario marxista, aspiran ser los “soviets” del siglo 21, aspiran ejercer el poder subversivamente.
El viejo marxismo decimonónico se camufló en los DDHH adulterados para dar impunidad a sus “camaradas” guerrilleros y terroristas y desestabilizar valores (como el honor y la disciplina militar) siguiendo a Gramscy, el comunista italiano, dialéctico demoledor de nuestra cultura.
Algunos organismos internacionales, otra versión de “soviets”, se empeñan en quebrar las soberanías estatales. Porque los tontos útiles permiten la manipulación del asambleísmo, mediante el que la ONU y la OEA adoptan sus decisiones. Resultando, en los últimos 25 años, que el marxismo haya asegurado su influencia monopólica en la internacionalización de los DDHH.
Todas las sentencias de la Corte Interamericana contra el Perú califican al Poder Judicial como el violador sistemático de DDHH, por lo que no es novedad la reciente arremetida contra la sala penal suprema presidida por Villa Stein.
Los marxistas han descubierto que el “Poder Judicial” es eso: “un poder” y pretenden demolerlo e infiltrarlo, y bajo su control doblegar al resto del Estado y a toda la sociedad peruana. Es la subversión política.
¿Seremos espectadores ante la pretensión marxista de hacer del Perú un país antiminero, antimilitar, anticristiano, negador de su soberanía, proterruco y empobrecido material y espiritualmente?
Publicado el 27 de setiembre de 2012 en el diario La Razón.