Aunque no parece, el cardenal Juan Luis Cipriani y el excongresista Carlos Raffo tienen algunas similitudes en su relación con el exdictador Alberto Fujimori. Por ejemplo, quieren e idolatran tanto a Fujimori que si pudieran darían una parte de sus vidas a favor de él.
Estos hombres, uno religioso y el otro no tanto, creen que disculpar a Fujimori sería un acto casi divino. Nunca se les ha escuchado criticarlo en absolutamente nada, aunque Fujimori está condenado no solo por crímenes de lesa humanidad, sino por corrupción.
Cipriani y Raffo también se parecen en que, en el fondo de sus almas, creen que cualquier institución que vele por los derechos humanos es una cojudez. Uno de ellos lo dijo en público para la historia universal de la infamia y el otro no tuvo aún la oportunidad de hacerlo, pero todos sabemos que piensa así.
Se parecen también en que aparecen en el momento indicado para ayudar con sus palabras al exdictador que los ha ayudado a tener cierto poder. Los dos, solo para aclarar, son hambrientos de poder porque creen que han nacido para ser obedecidos. Les gusta mandar y, curiosamente, también obedecer y se sentían importantes cuando, en tiempos de la dictadura, Fujimori les decía qué debían hacer. Lo hacían con gusto.
Para los dos está bien que Fujimori deje su cómoda celda en la Diroes, sin importarles la justicia y las leyes y el dolor de los deudos de las masacres por los que Fujimori está preso.
Ellos saben que a Fujimori no le corresponde el indulto humanitario; sin embargo, hacen campaña para que lo saquen de la cárcel, demostrando que a ellos les importa un pepino ser cómplices de la impunidad.
Cipriani cree que el presidente Humala tiene los elementos para conceder un indulto cuando en realidad sabe que no lo tiene. Raffo presiona diciendo que se trata de que salga para que viva fuera de la cárcel, cuando sabe que un culpable de graves delitos tiene que pagar sus culpas en un penal.
Fujimori ha admitido que está estable de salud en su famosa carta. No ha admitido los delitos que ha cometido. No ha pedido perdón; pero quiere que lo indulten. No merece el perdón, porque siempre fue un indolente con el dolor ajeno. Ha cometido graves delitos y tiene que cumplir su condena (Con información del diario La Primera)