El mes de mayo pasado, participé como expositor en un homenaje ofrecido a la memoria de quien fuera dos veces presidente constitucional de nuestro país, Fernando Belaunde Terry, en el marco del centenario de su nacimiento y gracias a la convocatoria del secretario general del partido Acción Popular (fundado por el arquitecto), el congresista Mesías Guevara.
El reto de estar ahí fue doble: primero, porque nunca tuve ligazón orgánica con ese partido ni voté jamás por sus candidatos, incluido el propio Belaunde. Guevara y los organizadores de la ceremonia valoraron sin duda que yo pudiera ofrecer una visión no comprometida de su máximo líder. Y segundo porque el tema eje del acto se refería a los gajes de mi oficio: la libertad de prensa y FBT.
Abordé el punto desde mi experiencia al lado de Paco Igartua, director de la revista OIGA donde laboré 4 años. Igartua y don Fernando habían recuperado su amistad en los años 80 luego que el primero no sólo fuera un duro crítico de la administración 63-68 del segundo, sino que también aplaudiera inicialmente las reformas impulsadas por quien derrocara al arquitecto, el general Juan Velasco. Igartua luego sería víctima de la misma dictadura mediante una deportación.
Lo concreto es que FBT no alimentó rencor alguno contra sus antiguos inquisidores de la prensa, ni siquiera de la asalariada por el velasquismo. Recordé también la anécdota narrada por el ministro de Justicia del segundo gobierno acciopopulista, el líder del PPC Felipe Osterling, cuando recibió el complicadísimo encargo de darle al presidente una herramienta legal que permitiera a éste devolver los medios de comunicación confiscados por el régimen militar a sus legítimos propietarios, el misma día en que tomaba posesión del cargo, 28 de julio de 1980.
El Parlamento recién instalado no podía aprobar leyes en menos de 24 horas para desbaratar la confiscación. Gracias a un asesor, Osterling encontró la fórmula mágica: utilizar las mismas normas de la dictadura para nombrar a los verdaderos dueños como directores de los medios. Recién entonces FBT pudo dormir tranquilo en Palacio.
Añadí a eso la gesta de los acciopopulistas en las calles de Miraflores precisamente contra la toma de los medios, en julio de 1974, y la prisión de muchos de sus líderes en el antiguo cuartel policial El Potao. Y la carta de aliento que FBT (exiliado en los EE.UU.) les hizo llegar a sus correligionarios detenidos a través de su esposa, Violeta Correa, con un texto simple y conmovedor: “Anticipando la honda emoción cívica y personal que he de experimentar cuando nos encontremos de nuevo, los abrazo con mi mayor afecto y mi más profunda gratitud”.
Claro que hubo encontrones en ambos gobiernos del arquitecto con la libertad de expresión. Por supuesto que aún resulta inexplicable la quema de libros considerados “subversivos” durante el primero de ellos. Pero en ninguno de estos casos se le atribuye a FBT la iniciativa y menos el protagonismo. Tampoco una política sistemática contra esa libertad. Hoy 7 de octubre, día exacto del centenario de su natalicio, bien vale la pena rememorar estos ítems en la vida de un hombre público surgido de la esencia misma del Perú y sus inacabables desafíos.
Publicado en la columna Agenda Política del diario Expreso (7 octubre 2012)