Vinotinto electoral

Ayer decidimos qué color ponerle a nuestra dirigencia política. Ayer sufragamos y ejercimos uno de los derechos más valiosos de cualquier ciudadano: votar. Algunos de nosotros estaremos disfrutando y celebrando mientras otros estarán tristes y hasta quizás molestos. Lo cierto es que los seguidores del candidato favorecido y electo como presidente de nuestra nación estarán sintiendo emociones nutritivas como la alegría, el entusiasmo y la serenidad, mientras que los que acompañaron al candidato derrotado estarán en un mar de emociones que afligen como rabia, tristeza y miedo.

Independiente de las miradas emocionales que tengamos y del qué tan bien o mal nos sintamos con respecto a los resultados de la justa electoral finalizada, lo trascendente es que no importa si ganaron los rojos o los azules, quien realmente ganó fue la democracia, en el caso de que ésta haya sido ejercida con justicia y apego a la ley, en medio de respeto y tolerancia al otro que legítimamente puede disentir de mi ideología y de mis verdades, sin que esto afecte nuestra relación y convivencia.

Quienquiera que haya ganado la campaña y haya merecido el apoyo de la mayoría de los electores, tiene ahora una gran responsabilidad: el unir a un país alrededor de una visión estratégica de futuro, cocreada y desplegada de tal forma que sea incorporada, no solamente conocida por los ciudadanos. Incorporar significa meter en el cuerpo, hacer cuerpo lo que aprendemos , mostrar lo que hay que hacer para lograr lo que deseamos y necesitamos.

El desafío de quien haya ganado será olvidarse de su color, recordar que cuando unimos el rojo con el azul, un color vino se crea, el color que representa a nuestras delegaciones deportivas y que es icono de nuestro gentilicio. Un país de avanzada solo se crea con la convocatoria y participación activa de todos, seamos del color ideológico que seamos, apostando con hechos y no palabras a una Venezuela vinotinto de primer mundo.