El pasado domingo por la noche, con datos del Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE), se dio a conocer que el actual presidente venezolano, Hugo Chávez, obtuvo más de 54% de los votos, mientras que su principal opositor, Henrique Capriles, se quedó con menos de 45% en la elección presidencial, esto es, casi 10 puntos de diferencia.
Para no pocos venezolanos, la democracia no puede existir en un país donde una misma persona se mantenga en el poder supremo por 20 años, sin alternancia. “En Venezuela —dice Krauze— los demócratas deberán comenzar antes del principio: deberán restituir el sentido verdadero a una democracia pervertida” (artículo “La esperanza de Venezuela”). Esto se agrava si se le suma que Chávez se reelige para su cuarto periodo presidencial de seis años, hasta el 2019, de manera consecutiva y que además fue él mismo quien, a través de un referéndum en diciembre de 2008, enmendó la Constitución para eliminar el límite a la reelección presidencial. En enero de 2009 esta reelección se extendió al resto de cargos de elección popular como diputados y alcaldes.
Frente a esta crítica, el lado contrario de los prochavistas reiteran la información que proporciona el propio Consejo Nacional Electoral (CNE). La diferencia entre el primer y segundo lugar de 10 puntos porcentuales se traduce en 1.5 millones de votos; es decir, mientras Chávez recibió 7.8 millones de votos, Capriles alcanzó los 6.3 millones. Por otra parte, el candidato opositor, Capriles, reconoció su derrota de manera casi inmediata en una elección con un índice muy alto de participación ciudadana, pues en voz de la rectora del CNE, Socorro Hernández, llegó casi al 81% del total de los votantes.
No obstante ello, en el discurso de aceptación de su derrota (como lo hace un verdadero demócrata), Capriles pidió al presidente Chávez reconocer y respetar la voluntad de los más de 6 millones que votaron por una fórmula diferente a la que él representa.
Chávez ganó, aunque no logró el resultado de años anteriores: en 1998 obtuvo 56.2%; en 2000 ganó con 59%; en 2006 más del 62% y ahora en 2012 tuvo 54%. Con esta cuarta victoria de manera consecutiva, y su relativa recuperación de la enfermedad de cáncer, Chávez tiene dobles motivos para festejar su triunfo. Pero una vez concluida la fiesta, también tiene que hacer frente a varios temas pendientes en su agenda política: crisis energética, paros laborales, corrupción, inseguridad ciudadana, violencia, promesas incumplidas, pésimas relaciones con Estados Unidos, otros países en la región latinoamericana y Europa.
Con este escenario, Hugo Chávez tiene no sólo más trabajo, sino mayores compromisos en el interior y en el exterior de su país. No le bastará haber nacionalizado muchas empresas extranjeras (entre ellas algunas de nacionlidad mexicana). Ahora el reto y la responsabilidad que asume es el tener que enfrentar las crisis internas que no ha podido solucionar en 14 años de mandato, y modificar su política externa que le ha granjeado más enemigos que amigos a lo largo de todo este tiempo.
Para quienes justifican la permanencia de Chávez en el poder en Venezuela por su obra social, habría que recordarles, como señaló, de nuevo, Enrique Krauze que: “No es necesario eternizarse en el poder para desplegar una obra social perdurable. En México, el presidente Lázaro Cárdenas es recordado aún por el pueblo con agradecimiento, pero Cárdenas gobernó seis años (1934-1940) y ni un minuto más.
Una nación no puede confiar indefinidamente su destino en manos de un hombre. Y una nación no debe confiar en la palabra de un gobernante como si fuera la palabra de Dios” (Carta a un chavista publicada el 6 de octubre del 2012 en el blog de la redacción de la revista Letras Libres).
Nota publicada en eluniversal.com.mx