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Lunes 15 de octubre 2012

Un instante de Paz

Por: Luciana Cámpora
Un instante de Paz
Foto: Difusión


Luciana Cámpora, autora de estas líneas


Todos atesoramos muy fuertes recuerdos de la infancia. Las cosas en ese entonces, eran maravillosas. Un terreno baldío podía transformarse rápidamente en una selva inexplorada y cada pequeña aventura pasaba a ser algo tremendamente emocionante. Las impresiones que en esa época guardábamos de la vida eran nítidas, pregnantes. Las vivencias, los olores, los sabores, los colores, se grabaron en nuestra memoria y se hicieron imborrables al punto de tener todavía el poder de estremecernos de emoción.

Ahora que somos adultos, no vivimos las cosas de la misma manera. Como si la simpleza hubiera perdido esa esencia especial, buscamos el “sentido de la vida” en los “asuntos importantes” que a menudo no pasan de resultar cosas superfluas. ¿Cuántas veces nos ocurre que nos cuesta recordar algún detalle de lo que hicimos en el día? ¿Dónde dejamos las llaves? o por ejemplo: ¿Qué almorzamos hoy?... tenemos que ponernos a pensar ¡No nos acordamos! ¿Qué nos pasa? ¿Será que nos estamos volviendo viejos? ¿Dónde estábamos en ese momento, que ni siquiera lo registramos?

Ese es nuestro problema: no estábamos. Nuestra alma, nuestra mente, se habían ido de viaje. Seguramente rondábamos con antelación algún suceso del futuro, o nos cuestionábamos acerca de algo acontecido en el pasado: “si hubiera dicho tal cosa en lugar de lo que dije”… “si hubiese hecho esto en vez de aquello”… “la próxima vez… y bla, bla, bla”. Nos cuesta demasiado bajar un poco el parloteo de nuestra mente, salir por un instante de las preocupaciones y los planes, dejar de estar haciendo algo y pensando en miles de cosas a la vez. Muchas veces, mientras conversamos con alguien más, ni siquiera escuchamos lo que esa persona nos está contando, más concentrados en lo que vamos a decir después, o en nuestras propias cavilaciones. Entonces, cuando llegamos a casa, cansados de un largo día de sobresaturación mental, queremos desenchufarnos. Y en lugar de eso, nos “enchufamos”. Encendemos el televisor o subimos el volumen de la radio. Que otros hagan ruido por nosotros… ¡Lo que sea para dejar de pensar! ¿Pueden ver como de este modo, evitamos estar Presentes? ¿De cuántas cosas nos estamos perdiendo al vivir así?

Esa es la diferencia entre la fuerza de nuestros recuerdos de infancia y la insustancialidad de nuestra emoción adulta. Antes vivíamos la aventura. Y no porque nuestra vida fuera mucho más emocionante, sino porque nosotros le poníamos el toque de emoción. VIVÍAMOS EL MOMENTO. Estábamos CON TODO NUESTRO SER EN EL PRESENTE. Y ese momento nos deslumbraba revelándonos las miles de posibilidades que existen en cada pequeño instante, siempre que se le presta la suficiente atención. La vida no perdió su magia, pero para poder verla, solo nos pide un poquito de inocencia.

Nuestra incesante actividad mental es un derroche constante de energía. Ya no podemos continuar viviendo disgregados, repartidos, estando a la vez en muchos lados y en ningún
lugar. Nuestro cuerpo está aquí, pero no nuestra mente ni nuestra emoción, por lo tanto, somos incapaces de SENTIR. Para poder notar el lado maravilloso de la vida que nos rodea, necesitamos SENTIR.

Por eso, debemos aprender a aquietar la mente y concentrar a todo nuestro Ser en un punto y un lugar: el Presente.

Lo primero que podemos hacer al respecto, es RELAJARNOS.

Bastará con que nos destinemos unos diez minutos de Paz. Preparemos un lugar en el que nos sintamos cómodos y donde no vayamos a ser interrumpidos. Desconectemos el teléfono, la televisión, la radio, el celular, la computadora y cualquier otro sonido que nos pueda perturbar (alarmas, etc.). Hay quienes gustan de relajarse con una música agradable de fondo. Y vamos al ejercicio:

Sentados o acostados, cerramos los ojos y simplemente respiramos. Respiramos con normalidad, con el ritmo que nos surja en el momento. Nos concentramos en ese ritmo. El aire que entra y que sale de nuestro cuerpo, con naturalidad, sin prisas, sin tratar de controlar ese proceso natural. El aire entra, llena los pulmones y nos revitaliza. Sale y con él se van todos los pensamientos y preocupaciones. Podemos hacerlo cuantas veces queramos, de la forma que necesitemos. Esto va a ayudarnos a aquietar las revoluciones mentales y alcanzar un estado más receptivo, que es el nivel llamado Alfa. Cuando sentimos que estamos un poco más distendidos y mientras continuamos respirando con normalidad, vamos a llevar la atención a nuestros pies.

Vemos nuestros pies con los ojos cerrados, los sentimos. ¿Cómo están? ¿Cansados, doloridos? Los relajamos. Los aflojamos. Dejamos que cuelguen flojos, bien, bien relajados.

Y vamos ascendiendo, relajando los músculos de las piernas, las rodillas, las caderas. De la misma manera: sentimos cada parte de nuestro cuerpo y luego le permitimos descansar.
Estamos cada vez, más y más tranquilos, más y más pesados. Este tiempo es nuestro, no hay prisa. Si nos distraemos y nuestra mente se dispara a la búsqueda de algún pensamiento
fugaz, simplemente, volvemos a respirar. Nos concentramos en la respiración por unos instantes, y continuamos.

Subimos relajando el abdomen, todos los músculos, todos los órganos… El pecho, los hombros, los brazos, las manos… los dedos. Respiramos tranquilos, pausadamente, a nuestro propio ritmo. Aflojamos el cuello. Si hace falta nos estiramos, bostezamos, sin reprimirnos y volvemos a acomodarnos. Relajamos las mandíbulas, los músculos de la cara, la boca, el entrecejo, los pómulos, la frente, el cuero cabelludo, las orejas...

Estamos en un estado de relajación profunda. Cada parte de nuestro ser descansando. Ahora, otorguémonos un momento para disfrutar. Así; bien, bien relajados, continuamos respirando, sintiendo el aire que entra y sale de nuestro cuerpo. Y a nuestro tiempo, despacio, muy despacio, vamos abriendo los ojos y retornando a la normalidad.

Esta es una práctica sencilla y saludable que obra efectos inmediatos en nuestro bienestar físico y emocional. Lo ideal es dedicarle unos minutos dos o tres veces al día, aunque con tan sólo una sesión diaria ya notaremos profundos cambios. Nuestro cuerpo estará mucho más descansado que si hubiésemos dormido una siesta, nuestra emoción se habrá reciclado, depurando también la mente. Nos encontraremos mucho más preparados para enfrentar los desafíos cotidianos en una actitud de mayor calma y paz interior.

Es bueno relajarnos antes de tomar alguna decisión importante, por ejemplo, o de rendir un examen. La relajación favorece la unificación de todas nuestras energías y de nuestro ser
completo en el presente. Los sentidos se afinan, las emociones se aquietan permitiéndonos ver con más claridad. Es un modo natural de revitalizarnos cuando nos encontramos
estresados, exhaustos o confusos. Al entrar en el estado mental Alfa accedemos a esos archivos de información, conocimiento y sabiduría con los cuales no contamos normalmente durante el estado de vigilia, haciendo que las soluciones simplemente “se nos ocurran”.

Puede que al principio necesitemos diez, veinte minutos, o quizás más, para alcanzar el estado de relajación plena. Como en todo, la práctica asidua hará que el proceso se nos vaya facilitando. Vivir en ese estado de aplomo y apertura es algo para lo que podemos entrenarnos, de la misma forma en que adquirimos todas las conductas que hoy forman parte de nuestra personalidad: a través de la repetición.

La repetición es la clave. Nuestro cuerpo irá registrando las nuevas sensaciones como algo cotidiano y con solo cerrar los ojos, hacer una inspiración consciente y evocar ese estado tan sentido y practicado, habremos entrado en una relajación profunda en forma casi instantánea. Con la práctica, seremos capaces de mantenernos allí durante el tiempo que queramos, incluso mientras realizamos nuestras tareas cotidianas.

Permitirnos a diario un instante de Paz, es reunir todas nuestras fuerzas y todo nuestro Ser en la experiencia presente. Es otorgarnos la posibilidad de ver la vida de otra manera, de comenzar a mirar a través de los ojos del Ser.

Extractado del libro “Buscando Tu Propio Camino a la Verdad” de Luciana Cámpora
www.lucianacampora.com
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