No se la pierda. Allí estará la tradición reunida, la federación nacional de moho humeando cohíbas, un montón de señorones que aman las botas en todo el sentido de la frase. Y las damas, claro, venidas desde lejos, de los tiempos de cólera y la hacienda San José moliendo negros.
También habrá intelectuales, por supuesto Gente ruda que podría patear a un perro por la espalda si se hace la pichi en la alfombra falsamente persa. Hombres que podrían plagiar y negarlo, hacerlo y negarlo, decirlo por lo bajo y negarlo tres veces sin ser Pedro. Y habrá paisanos en los burladeros exhalando el olor a la tradición: aceite multihervido, chanfainita en panca, sobacos de morado místico, un poco de pezuña y sangre de toro.
El capellán de Acho dará misa recordándonos que la iglesia y sangre son una sola entidad y que por eso está también el señor de los milagros para proteger a los palurdos vestidos de culo vistoso y chalequito.
Se pedirá más sangre de cualquiera de los dos, no importa, pero la sangre será, con en el 99.9% de los casos, del cuadrúpedo. Y los entendidos harán sus comentarios mascando el puro hasta hacerlo chorrear.
No faltará el marqués de no sé qué, que, en vez de cocinar cochinillos como sabe, se dedica al arte de prestarle su grafomanía a este asunto que nada tiene de arte y sí mucho de navajería.
Habrá, criminalmente, niños de siete años construyendo como un lego su crueldad, la que necesitarán cuando hereden el imperio familiar. Porque la dureza no es sólo una teoría sino que una adquisición de los sentidos: si no ves desangrarse a un toro, ¿Cómo harás después para acusar de ladrón a este sindicalista que te friega la fábrica? .
Habrá algunos asombrados funcionarios de entidades extranjeras, en cuyos países se ha prohibido el espectáculo. Y estará por allí un diplomático inglés que, Partagás en mano, se levantará a aplaudir en el momento menos indicado. Para el súbdito de un país que jugaba al tiro al blanco con indios, Boers y chinos esto de matar bestias en un ruedo como que suena misterioso todavía.
De España heredamos este idioma incomparable, estas mujeres que aturden, este Góngora y este Goytisolo. Mucho le debemos a España. Pero si yo pongo en el otro platillo de la balanza esta sordidez de los toros les juro que renunciaría a los clásicos españoles, a Miguel Hernández y a Buñuel, renunciaría a Castelar y a Azaña, a Goya y a Velazquez, con tal de no tener que ver en “El Comercio” y en “Expreso” esas páginas cretinas dedicadas al sadismo bípedo. Si pudiera retroceder la historia, en suma, preferiría que no nos hubiesen conquistado los españoles. Hubiese preferido a los holandeses que desembarcaron más al norte, a los italianos que no existían, a los turcos que sitiaron Constantinopla, a los portugueses que, por lo menos, no matan al toro.
Tendría que desprenderme de mi amor por Juana la Loca, es cierto, y tendría que renunciar a las cajas de Cigala, también es cierto, pero no tendría que soportar a tanto canalla hablando de poesía cuando la sangre salta de una arteria y empapa el lomo manso de esa bestia que no sabe qué le está pasando.