Chávez ganó en la cárcel

Con el 70% de los votos el candidato Chávez ganó en las prisiones. En esos antros de degradación humana que son nuestras cárceles, escuelas de especialización en el delito, ejemplos vivos de violación de los derechos humanos, quien ha regido el país por 14 años, teniendo el sistema penitenciario bajo su responsabilidad, triunfó en esos establecimientos. Podríamos decir que ganó la esperanza que solo se pierde a las puertas del infierno; que triunfó la promesa de un cambio que nunca ha llegado; o que triunfó la línea impartida por quienes, de hecho, dominan la prisión.

Es difícil explicar que los "privados de libertad" en condiciones infrahumanas voten por quien tiene la responsabilidad por el estado deplorable de las prisiones. Una explicación es la promesa de un cambio, la oferta de libertad o la heroica creencia de quien sufre lo indecible, pero confía en que su futuro será distinto.

El drama de las prisiones no es nuevo. Allí están los pocos procesados por los hechos más graves que, en general, quedan impunes; un pequeño grupo de penados, muchos de los cuales han aceptado su pena como fórmula para ver más cerca la libertad; y un grupo más pequeño que son chivos expiatorios de culpas de otros o la demostración exigida para sostener una determinada posición política.

No hay quien defienda el sistema que impera en la prisión; no hay quien no denuncie lo que allí ocurre; no hay quien justifique la existencia del infierno carcelario. El propio gobierno, al crear un Ministerio de Asuntos Penitenciarios, ha reconocido la gravedad del problema y la necesidad de cambiarle el rostro a la cárcel, en la que todo se negocia, desde un espacio para dormir, hasta la propia dignidad humana.

El primer sorprendido por el triunfo en las prisiones debe ser el Presidente y esos votos deberían arrancar, de una vez por todas, no una promesa, sino la ejecución de una decisión firme de no tolerar más el atropello penitenciario.

Yo creo que el voto de los presos es la más contundente demostración de que el ser humano, aun muriendo, tiene esperanza, salvo que concluyamos que muchos presos viven mejor en la prisión que en la calle.

Para el Gobierno el mensaje debe ser el del compromiso eficaz por la revolución penitenciaria cuyas líneas maestras, no seguidas, están en la Constitución: cárceles descentralizadas, en manos de gobernaciones o alcaldías; personal especializado civil y no militar; reducción a lo estrictamente necesario de las medidas de reclusión, dándole preferencias a fórmulas alternativas a la prisión; y puesta en práctica de políticas de asistencia pospenitenciaria. Todo esto exige que el Estado tome posesión de las cárceles, excluyendo el gobierno paralelo de los "pranes" y eliminando de raíz el tráfico de drogas y de armas.

Una última consideración nos lleva a descartar la afirmación que antes se hiciera sobre el abandono de las prisiones en razón de que los presos no dan votos. Sí los dan y votan, paradójicamente, por quien tiene en sus manos la responsabilidad por el estado actual de las prisiones. ¡Vaya qué absurdo!