La violencia es una construcción social que emerge en una cultura patriarcal y autoritaria donde las diferencias se vuelve jerarquías, donde la mala distribución del poder fragiliza a las mujeres.
Para el ejercicio e instalación de la violencia no siempre es necesario el uso de la fuerza física. Existen otros recursos e instrumentos. Uno de ellos es la creación, difusión y sostenimiento de ciertos mitos que culpabilizan a las mujeres y les impiden salir de relaciones humanas perniciosas; ficciones que naturalizan la violencia.
Los mitos son falsas creencias que la mayoría de la gente acepta como verdaderas, por ejemplo, considerar que las mujeres son débiles y necesitan de un hombre; afirmar que ser buena es igual a sumisa, no pensante; suponer que la mujer que disfruta de su sexualidad es libertina; etcétera.
Para las mujeres víctimas de violencia lo difícil es visibilizar los mitos con prontitud; las creencias que las atrapan suelen considerarse verdaderas durante mucho tiempo debido a que fueron taladradas mediante un proceso temprano de educación y crianza en una cultura como la nuestra donde ciertos mandatos y expectativas respecto a ellas son tramposas al esperar que existan siempre en función de los otros (hijos, esposo, novio, hermanos…) y no en función de sí.
Posteriormente la ausencia de instituciones y de argumentos que confronten o cuestionen dichos mitos viene a potenciar su fragilización.
Un mito que ha cobrado fuerza en los últimos años es el siguiente: “En la actualidad las mujeres ejercen la misma violencia que los hombres”. Al problematizar esta creencia en grupos de hombres, encuentro difícil su desmitificación, esto a pesar de mostrar estadísticas, noticias y hechos cotidianos que evidencian que la violencia sigue teniendo rostro de hombre, predominantemente.
Un argumento recurrente con el que suele minimizarse o negarse esta realidad, es aquel que dice que en la actualidad también existen hombres violentados por mujeres. Argumento que, dicho por los hombres, generalmente no tiene una finalidad responsable, es decir, no se enuncia con la intención de hacer algo para promover relaciones más armoniosas y saludables sino que suele emplearse para negar la violencia ejercida por nosotros.
Que las mujeres también la ejercen, ni duda cabe. No obstante las dimensiones, niveles y expresiones al día de hoy, son otras.
La semana pasada la dirigente del Instituto de la Mujer Guanajuatense (Imug) afirmó con ligereza que la violencia contra la mujer ha disminuido pero que las denuncias de hombres agredidos han aumentado.
Sus palabras no fueron desaprovechadas por lectores de este diario para justificar y sostener pautas de relación perniciosas: “...siempre lo he dicho que las mujeres son unas méndigas e hijas de la chinnnnnnnnnn…” “Ahora hay que promover la creación de un Instituto para defender al hombre de la mujer”…
La funcionaria no es responsable de los comentarios de estos lectores. De lo que sí es responsable es de no estar informada acerca del rol que ha de desempeñar y de la incapacidad para dimensionar el efecto que sus palabras que como representante de dicho instituto han de tener en quien la escucha.
Los hombres y las mujeres necesitamos cuestionar y meter en tensión a este tipo de mitos, creencias y expectativas sociales que se ponen sobre los hombros de unos y otras, para poder vivir las diferencias sólo como eso, como diferencias, y no como desigualdad.
En esta tarea la perspectiva de género puede ser un instrumento que permita visibilizar y desnaturalizar las múltiples violencias que padecen las mujeres, porque dicho instrumento facilita la identificación y análisis de los mitos, mandatos y discursos que la sostienen.
A los hombres nos toca responsabilizarnos de nuestras violencias y oponernos a las ejercidas por los congéneres, así como democratizar el poder; a las mujeres seguir trabajando en su autonomía y libertad; al Imug facilitar y promover esta labor.
Nota publicada en correo-gto.com.mx