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Lunes 29 de octubre 2012

Todo puede pasar

Por: Gabriel Guerra
Todo puede pasar
Foto: csmonitor.com

Pocas elecciones han llegado a la recta final tan impredecibles como ésta en EU. La ventaja, que nunca fue muy amplia pero sí parecía cómoda de Barack Obama, se ha ido desvaneciendo en lo que al voto popular se refiere.

Pocas elecciones han tenido tanto en juego como ésta. Probablemente desde que se enfrentaron Carter y Reagan en 1980 no era tan clara y dramática la diferencia ideológica, programática y de personalidades como en esta ocasión.

Durante muchos años, tras el estrepitoso fracaso en 1972 de la campaña presidencial de George McGovern, los demócratas se fueron recorriendo hacia el centro del espectro político, temerosos de que los votantes los castigaran nuevamente. James Carter capitalizó el descrédito republicano de los escándalos de Nixon y la presunta ineptitud de Ford, pero su gestión estuvo marcada por la tibieza. Fue presa fácil de Reagan, quien se reeligió con gran comodidad y además le puso la mesa a su vicepresidente, George H.W. Bush, para llegar a la Casa Blanca.

Los demócratas parecían extraviados, sin rumbo ni definición claros. Su trauma por la derrota de McGovern los incapacitó.

El que supo reorientar a su partido, recorrerlo hacia el centro, fue Bill Clinton. Un rostro fresco para los demócratas que le quitó un poco el miedo al electorado y que no sólo atrajo a su base natural, sino que la amplió. Si Reagan le había regalado 12 años consecutivos a su partido en el poder, Clinton tenía, tuvo, todo para hacer lo mismo, casi copiando la fórmula.

La contienda Bush-Gore fue una de las más aburridas que recuerde. Los dos buscaron el centro. Bush se presentó con un slogan impecable, el del “conservadurismo compasivo”, mientras que Gore quiso moderar los excesos personales de Clinton y terminó abjurando del presidente demócrata más exitoso y popular desde Kennedy. Entre eso y su personalidad tiesa y arrogante, Gore logró algo impensable: apretar la contienda al grado de tener un virtual empate que se decidió por una votación altamente irregular y cuestionada en Florida.

El resto es historia. El joven Bush se topó con los ataques del 11 de septiembre y a partir de ahí todo cambió: fue uno de los presidentes que más dividió y polarizó a la sociedad estadounidense, que más daño le hizo a su prestigio internacional, que más grande boquete presupuestal abrió.

Hoy Obama se encuentra al borde del precipicio. Un rival que en principio no tenía con qué incomodarlo le pisa los talones y lo ha acorralado. Obama y los suyos están aferrados a los estados en que mantienen ventajas cada vez más precarias y no dejan de ver al reloj, como un equipo de futbol que se defiende con todo en los últimos minutos del partido. ¿Le alcanzará la fuerza a uno para resistir, el tiempo al otro para remontar? Estamos a nada de saberlo.

Nota publicada en eluniversalmas.com.mx

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