Hasta los sucesos del llamado `Jueves negro`, muchos politólogos y los peruanos de a pie creíamos que administraciones gubernamentales de tendencia izquierdista manejarían con relativo éxito la conflictividad que caracteriza a nuestra sociedad.
Que los zurdos, rojos, o progresistas harían un mejor papel frente a los desgastados cuadros de centro o derecha, en este tema era concepto proclamado y defendido por ellos como una verdad casi absoluta.
¿En qué basaban esta teoría? Simplemente en que conocían mejor la problemática social, ósea, la extracción social a la que pertenecen sus dirigentes o cuadros; o la formación política que proclaman los hacía sintonizar mejor con la sociedad, aparte de tener por antonomasia una mayor disposición al diálogo entre otras virtudes políticas.
La resistencia de los comerciantes de La Parada a ser reubicados en Santa Anita, y el endurecimiento de las protestas de sectores de transportistas públicos a acatar los designios de la alcaldesa Villarán son prueba contundente del cortocircuito no solo comunicacional, sino también político, entre quien postuló a la Municipalidad de Lima ofreciendo defender los intereses ´del pueblo limeño` y estos sectores ahora en abierto conflicto.
Susana Villarán y los suyos parecería que tan solo se han quedado en tratar de implementar en la ciudad capital un programa político, compilación este de viejos y académicos conceptos e izquierda, pero no han tenido la lucidez de acompañar a este con un diagnostico situacional de la actual realidad social de la ciudad en la que vivimos.
Para lidiar con Lima y sus múltiples realidades no solo basta con ofrecer discursos sesenteros de inclusión y una ciudad para todos, y de todas las sangres, hace falta reconocer que Lima tiene muchos realidades sociales y políticas, y todas estas no son necesariamente de tendencia izquierdista. Desde el Jueves último políticamente hay un mito político menos.