En la calle Cristóbal de Peralta, en Valle Hermoso, Surco, florecen las únicas monarquías que hay actualmente en el Perú. Ahí están en amplios chalets varios reyes de la papa, del camote, la cebolla, el ajo y otras especies del comercio mayorista. Y para acercarse a ellos, por cierto, y como corresponde a su alto rango, hay que pasar por numerosos controles de seguridad y asegurar que se tiene bien concertada la cita. Los dominios de estos reyes están a una cierta distancia, en un ambiente completamente distinto al de sus viviendas.
En medio de un juego de olores a desechos podridos se levantan los imperios de los alimentos más vitales de la ciudad. Cada rey tiene un número de puestos que están encargados a sus administradores y vendedores, a los que llegan los minoristas para retirar sus mercaderías. Por vía de teléfonos los reyes dictan los precios que se deben pagar a los que traen los productos y los que se deben cobrar a los que se los llevan. Y es que el detalle de los señores de Cristóbal de Peralta es que ellos también intervienen en la financiación de las campañas de los agricultores, lo que les permite imponer finalmente su precio por las obligaciones ya creadas.
La diferencial entre el precio de campo, mayorista y minorista, es lo que explica buena parte de la carestía de los mercados y de la pobreza campesina. A más, por cierto, de las inmensas fortunas de estos reyes de los tubérculos y las verduras. Cuando hablamos del traslado a Santa Anita, estamos refiriéndonos a cómo se va replantear esta relación de poder que está profundamente enraizada en el sistema de distribución de alimentos de la capital. Si uno quiere imaginar de dónde pudo salir el dinero para pagar matones que armaron el caos y generaron la sensación de inseguridad que se apoderó de la ciudad hace una semana, tiene aquí un terreno para formular varias hipótesis bastante creíbles.
Productores relativamente modernos como la del ajo del sur, principalmente Arequipa, relatan cómo es el trato con los reyes, a los que hay que enviarles un negociador a sus residencias y discutir sus condiciones. Un poco de unidad de los productores mejora el poder de negociación, lo que no ocurre con los de la papa, que siendo el grupo mayoritario, se encuentra disperso en pequeñas unidades que no pueden lograr un trato con los mandamases de la comercialización.
Es verdad que La Parada era un mundo de ramificaciones complejas que van desde los muy grandes, a los grandes, medianos y más pequeños, estibadores, carretilleros y cargadores, ambulantes y cientos de personas dando vueltas en torno a ellos. Pero a los reyes, reyes, nadie los ve en la zona, cuando son los que realmente mandan. Esta perversidad de la organización económica es la que favorece la corrupción de autoridades y la delincuencia, el descuido sanitario y la violencia subterránea que eclosionó el otro día y que algunos piensan explotar hasta las últimas consecuencias para tumbar a la alcaldesa de Lima.
Pero meterse a romper el espinazo de una estructura de poder no es poca cosa. Hay que ser muy necio para no apreciar que lo que se está haciendo no se compara a ninguna cosa previa. Son 50 años de historia que están cambiando rápidamente (Con información del diario La Primera).