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Domingo 04 de noviembre 2012

Obama y Romney ignoran el tema de la violencia en México

Por: Susana Seijas.
Obama y Romney ignoran el tema de la violencia en México
Foto: gopusa.com.

“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” es una frase que escuché con frecuencia mientras crecía en el México de la década de 1980. Ese dicho, acuñado por el presidente Porfirio Díaz en los albores del siglo XX, sigue teniendo eco hoy.

Con la elección en Estados Unidos en puerta, México no parece estar solo lejos de Dios sino olvidado. Durante los últimos seis años han muerto 60,000 personas a consecuencia de la violencia relacionada con las drogas. Algunas personas afirman que la cifra de muertos podría llegar a las 100,000. No obstante, la violencia aquí no fue tema en el debate presidencial de Estados Unidos entre su presidente, Barack Obama, y el aspirante republicano, Mitt Romney.

Puede ser que tengamos una frontera de 3,000 kilómetros en común, pero desde aquí —sin importar la relación comercial y la demanda de drogas en Estados Unidos que propicia el derramamiento de sangre y la entrada de armas en mi país— parece que estamos verdaderamente fuera del radar.

“No podemos culpar a Estados Unidos por la violencia en México”, dice Anabel Hernández, periodista de investigación que ha arriesgado la vida al escribir acerca de los capos de la droga en México.

“Tenemos que enfrentar nuestra propia corrupción, la terrible impunidad y la falta de justicia. Tenemos que arreglar estos problemas nosotros mismos, no esperar a que lo hagan Obama o Romney. Pero que México ni siquiera hubiera merecido una frase durante el último debate, cuando hay miles de muertos y hasta dos agentes de la CIA que casi murieron en una emboscada hace poco, te deja ver que la relación entre México y Estados Unidos no va a cambiar”.

Han ocurrido tantas cosas desde que el presidente panista Felipe Calderón dio inicio a la Estrategia Nacional de Seguridad en 2006, que es difícil llevar registro de lo mucho que ha cambiado el país. Es difícil lidiar con el dolor de las familias que he conocido a lo largo de los años en los que he cubierto el tema relacionado con las drogas, familias cuyos padres, madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas han encontrado un final trágico.

Ya que es difícil entender cómo llegamos a esto, pienso en los años cuando era niña: en ese entonces, el Partido Revolucionario Institucional, PRI, dominaba en México, y el símbolo del partido estaba pintado en miles de muros a lo largo del país, con los colores de la bandera de México: verde, blanco y rojo.

Un partido, una ideología. Un poderoso transmisor que nos llenaba de propaganda del partido. Simplemente así era.

Desde muy pequeña, durante los viajes que mi familia hacía a Texas, aprendí que Estados Unidos significaba opciones. En Estados Unidos podías escoger entre una amplia gama de zapatos, no solo los zapatos escolares cuadrados y bobos que podías encontrar antes del TLC en México. Significaba jugar Pac-Man, ver la película E.T., El extraterrestre, no ser bombardeado con telenovelas ñoñas. Pero para mí, lo mejor eran los Snickers y los Milky Way, y no las delgadas y omnipresentes barras de chocolate Carlos V que había en casa.

El proceso electoral de México era igual que sus chocolates: no sólo insípido sino peor: era predecible. Lo que esperábamos era el “dedazo”, cuando el presidente señalaba a su sucesor.

Mientras tanto, en Estados Unidos las elecciones parecían mucho más coloridas. Uno de mis primeros recuerdos acerca de las elecciones de Estados Unidos es el de Jimmy Carter, el productor de cacahuates de Georgia que hablaba de derechos humanos en contra de Ronald Reagan, el actor californiano que hablaba del “Imperio del Mal”. Dos hombres muy diferentes con ideologías muy diferentes.

En comparación, el raudal de hombres grises que dirigían México perduró. Este periodo fue marcado por un par de tragedias nacionales: la nacionalización de la banca, en 1982, y el catastrófico terremoto de 1985, que cimbró al PRI hasta sus cimientos.

En vísperas de la rebelión zapatista, en 1994, México se integró al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y, para bien o para mal, llegó el momento en que podías comprar un Snickers en prácticamente cualquier tiendita de la esquina. Simultáneamente, los medios se liberaban y se fortalecían.

En México, normalmente hemos visto las elecciones de Estados Unidos a través del cristal del comercio, como en el caso del TLC, o la migración, ya que uno de cada 10 mexicanos vive en Estados Unidos. Los ataques terroristas del 11 de septiembre ocasionaron que George W. Bush cambiara el enfoque de la inmigración hacia la guerra en Iraq y Afganistán. De forma comprensible, México no era prioridad.

Avancemos hasta 2006: han transcurrido poco más de cinco años desde que nuestra incipiente democracia se manifestó en el triunfo del PAN después de 71 años de gobiernos priistas. Cinco cabezas cercenadas rodaron en un club nocturno en Uruapan, Michoacán. Todos estábamos impactados. Esto no ocurría durante el gobierno del PRI, y la violencia sigue sin ser vencida hasta hoy.

“Ha habido 30,000 muertos en Siria y 60,000 en México, de los que el gobierno dice que la mayoría pertenecían al crimen organizado. Aún así, México no figuró en el debate. Es impactante, indignante y perturbador”, dijo Sergio Aguayo, analista político en México.

“Si se hubiera mencionado a México, se hubiera hablado de un ‘Estado fallido’ al igual que Pakistán”, responde Andrés Martínez, de la Fundación New America. “Una mención no es necesariamente buena”.

En los últimos años he viajado por el frente pero siempre regreso a la seguridad en la Ciudad de México, que hasta ahora parece estar a salvo de la violencia.

A pesar de vivir actualmente en la ciudad de México, es difícil no ver todo —incluso las elecciones en Estados Unidos— a través del oscuro cristal de la guerra contra el narco.

“Ese es precisamente el problema”, dice el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de centro izquierda. Afirma que durante su gobierno, durante los últimos seis años,  ha disminuido significativamente el crimen, un progreso en comparación con la época en la que la Ciudad de México era un semillero de criminales. Hoy, las víctimas de la violencia se refugian aquí, y hasta los periodistas procedentes de los estados azotados por la violencia se exilian en la capital.

No se puede negar que la Ciudad de México está viviendo una especie de renacimiento. No solo han quedado atrás los días de los secuestros desenfrenados, sino que la capital se ha vuelto más liberal, más rica culturalmente y más tolerante.

Con todo, digo a Ebrard que la Ciudad de México sólo parece ser segura porque la comparamos con un nivel de violencia que nunca se había visto en el resto del país.

“Imagínate que tuviéramos una estrategia diferente —la táctica de la confrontación— para librarnos del crimen”, me dijo Ebrard. “Se derramaría más sangre”.

Conforme escribo, rodeada por las cajas de mi inminente mudanza a Londres, veo el regreso del PRI, con el presidente electo Enrique Peña Nieto, como el resultado directo del fracaso del PAN. Veo a la Ciudad de México como un reflejo de lo que el resto del país puede llegar a ser algún día.

En cuanto a Dios, él sigue estando muy lejos de aquí. En cuanto a las elecciones en Estados Unidos, son mayormente irrelevantes para la mayoría de los mexicanos, excepto para Eduardo Cruz, un taxista de la Ciudad de México, que lo ve de esta forma: “No importa quién gane las elecciones en Estados Unidos, ¡mejor que manden al que pierda a arreglar las cosas aquí!” (Con información de CNN).

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