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Miércoles 14 de noviembre 2012

Amor, honor y libertad

Por: Nelsa Curbelo.
Amor, honor y libertad
Foto: Referencial

Mi amigo francés, fundador de Partage, Pierre, hace muchos años, me contó cómo había logrado pasarle a Aung San Suu Kyi una carta de su esposo, al que creía muerto. Fumador empedernido, hizo el viaje a Birmania y luego de días y horas interminables, con una guardia militar pretoriana que no le dejaba la más mínima aproximación a la casa donde ella se encontraba en prisión domiciliaria, logró algunos gestos de amistad con esos hombres sometidos al miedo y por lo tanto violentos y despiadados. Su equipaje, muy pequeño, había sido sometido a múltiples requisas en busca de algo que aliviara su soledad y su aislamiento. En la incipiente comunicación entre ellos, el vínculo lo establecía el compartir cigarrillos en las largas horas de espera para él y de guardia para los militares. Allí, disimulada en la cajetilla que se desplazaba de mano en mano, estaba una esquela del esposo de la prisionera, que al final llegó a su destino.

Fui a ver la película La dama, o su título más vendedor Amor, honor y libertad.

No soy crítica de cine, solo sé si una película me conmueve o no. Si se queda en mi interior y cambia mi mundo o si es un viento que destruye. En este caso es más bien una brisa que perdura, que me hizo dibujar una sonrisa y me empujó a comprar orquídeas. El resto de espectadores de la función a la que concurrí, personas mayores, jóvenes estudiantes, parejas, estaban absortos, silenciosos, conmovidos. Salieron sigilosamente y por lo que observé no buscaron frenéticamente algo que comer. Las parejas caminaban tomadas de la mano, sin comentarios.

La historia, tal como la presenta la película, nos reconcilia con lo más sagrado de los seres humanos. Su capacidad de amar y de sacrificarse por lo que aman. El amor de pareja se trasciende, se ahonda, se convierte en plenitud más allá de la presencia física, enraizada en aquello que los enamoró. Al decir de Saramago, en un matrimonio hay tres personas, el hombre, la mujer y una tercera persona formada por los dos. El sentido de la vida y de la muerte, de la familia, de los hijos, del país, de la dignidad de la política, de la humanidad, de los derechos humanos, están en juego casi sin quererlo por el comportamiento de una mujer, que debe decidir encrucijadas en su vida. Debe encontrar la relación entre todos sus amores y ser fiel a ella misma y su misión: debe bucear en su interior hasta ser lo que es. Frágil como un junco y como él fuerte ante las tempestades, se dobla sin quebrarse, se levanta apenas el viento amaina. La escena en la que hace frente a las armas es de antología, el poder de la coherencia frente a la brutalidad del miedo. Cierto es que no hay nadie más peligroso que quien ha dominado el miedo a la muerte.

Su tenacidad, firmeza, serenidad, la hace parte de esa gran familia humana formada por Gandhi, Luther King, Mandela. También Mujica en otro contexto y otras circunstancias. Todos amados y admirados sobre todo por los jóvenes que necesitan urgentemente referentes que no sean solo jugadores de fútbol o cantantes, por excelentes que sean.

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