El estallido de la violencia entre Israel y el "pequeño estado" de Gaza no cumple ningún fin. Ambas partes lo saben, sin embargo, se lanzan a ello, alegando que son obligados por su adversario a intensificar el conflicto.
La mayoría de los expertos coincide en que, finalmente, el combate parará y dejará la situación sin modificación alguna. La única cuestión es la cantidad de víctimas. Si ninguna de las partes tiene mucho que ganar, ¿por qué no pueden detenerse?
Cada bando sospecha que el otro juega a la política interna. Los palestinos temen que el gobierno israelí haga la guerra con el ojo puesto en las próximas elecciones. Los israelíes sospechan que Hamas –cuyo nombre completo es Movimiento de la Resistencia Islámica- arroja cohetes porque está cansado de la burla de sus rivales de que no están haciéndole honor a su nombre.
Hay algo de verdad en estas acusaciones, sin embargo, los motivos más profundos tienen que ver menos con complacer a la gente de casa y más con asustar y disuadir a la otra parte.
A ambas partes le encantaría que su adversario desapareciera, pero saben que no pueden hacer que eso suceda en el corto plazo, así que por ahora cada uno tiene objetivos más limitados.
Los israelíes saben que no pueden sacar a Hamas desde Gaza sin un costo inaceptable y una ocupación infinita. Pero quieren castigar al movimiento con tal firmeza que este sea disuadido de toda futura violencia. Hamas sabe que el daño que inflige no tiene valor estratégico, pero espera que sus cohetes provoquen fracturas e incluso pánico en Israel y que envíen un mensaje al mundo de que Gaza no puede ser ignorada.
Así que, probablemente, al final paren los combates. Además de las bajas civiles en ambos lados (con una cifra de muertos mucho mayor en Gaza, ya que Israel es el bando más fuerte), también habrá un daño político sustancial. Estados Unidos será considerado en el mundo árabe como cómplice de la ofensiva israelí. Y Egipto, que tiene un tratado de paz con Israel, pero cuya población simpatiza con Hamas, se sentirá muy avergonzado por su aparente impotencia.
Pero la verdadera culpa de los actores internacionales –entre ellos Estados Unidos y Egipto- no recae en sus acciones durante la crisis, sino en su falta de acción desde tiempo atrás.
Estados Unidos, tanto bajo el gobierno del presidente George W. Bush como bajo el del presidente Barack Obama apoyó un férreo bloqueo a Gaza y fingió que el problema israelí palestino podía ser abordado como si Hamas no existiera y Gaza no importara. Bajo el gobierno del depuesto líder Hosni Mubarak, Egipto apoyó en silencio esa postura. Bajo el gobierno de Muhammad Morsy, el nuevo presidente egipcio procedente de los Hermanos Musulmanes, Egipto ya no se queda en silencio ni da su anuencia, pero sólo ha podido empuñar las herramientas retóricas.
Egipto (que ahora se inclina hacia Hamas) y Estados Unidos (que apoya a Israel) pueden, si cooperan, conseguir probablemente un cese al fuego. Lo que hagan después es la verdadera pregunta.
Para la diplomacia internacional no hay un camino claro a seguir en el fututo, pero es muy obvio lo que no funciona: esperar a que Hamas desaparezca. En una visita a Gaza en mayo pasado, me percate cómo Hamas perfectamente ha llegado a dominar la política y la sociedad en ese pequeño pero muy poblado enclave. El movimiento dirige ministerios, patrulla las calles y gestiona la economía. Los habitantes de Gaza no ven alternativa a Hamas, ni se les pide alguna, en un lugar en el que las elecciones son canceladas y la oposición es monitoreada detenidamente.
A medida que el gobierno de Obama se aproxima a un segundo mandato, cobra más sentido abordar un conflicto israelí palestino que realmente existe en lugar de fingir que todavía hay un “proceso de paz” que sólo necesita una ronda más de tranquilas negociaciones para resultar exitoso (Con información de CNN).