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Viernes 23 de noviembre 2012

La guerra más estúpida del mundo

Por: Fran Ruiz
La guerra más estúpida del mundo
Foto: hrw.org

Digamos, para empezar, lo que no se puede decir en voz alta: el sueño imposible de los palestinos es que Israel, con todos sus ciudadanos judíos, no hubiera existido nunca y no les hubiera amargado la existencia, de igual manera que el sueño imposible de los israelíes es que sus vecinos árabes tampoco existieran ni se pasaran la vida odiándolos. Pero los sueños, sueños son; así que, los radicales (y no tan radicales) de ambos pueblos que tienen esto en mente, que sepan de antemano que nunca van a ver hecho realidad su sueño genocida. Están condenados a vivir juntos.

Los israelíes podrían argumentar a su favor que ellos nunca han declarado públicamente su deseo de aniquilación total del enemigo, como sí lo han hecho los dirigentes de Hamas o de Irán, el país que los arma y apoya financieramente. Pero también es cierto que los israelíes no tienen necesidad de decirlo abiertamente, puesto que, si bien no pueden eliminar a los palestinos como pueblo, al menos sí pueden someterlos, y de hecho es lo que hacen: son los israelíes los que gozan de un Estado propio y son sus soldados, armados hasta las cejas por Estados Unidos, los que mantienen arrinconados y hacinados a los palestinos en Gaza y Cisjordania, dos pedazos de tierra incomunicados entre sí e inviables económicamente.

Por el contrario, sí son muchos los palestinos que claman contra la desaparición de Israel, luego de ver cómo pasa el tiempo sin que puedan quitarse de encima la humillación de vivir sometidos militarmente al enemigo. Esta frustración, acumulada durante décadas contra Israel, es la que alimenta el radicalismo violento de Hamas. La promesa utópica de acabar un día con el “Estado sionista” es lo que llevó al movimiento islamista a ganar con mayoría absoluta las elecciones en Gaza de 2006, y a expulsar un año después a Cisjordania a los seguidores de Fatah, que rinden obediencia a la OLP y a su líder, el presidente Mahmud Abas, al que acusan los radicales de la franja de ser demasiado pusilánime frente a Israel.

Llegados a este punto, convendría recordar lo que es Gaza. Sé que para un judío suena de mal gusto, pero, por mucho que lo nieguen o lo intenten ocultar, la realidad es que la estrecha franja de Gaza –cuatro veces más pequeña que el Distrito Federal— es lo más parecido que tenemos hoy en día a un guetto. Israel mantiene un cruel bloqueo comercial contra la franja, a la que raciona el agua, la comida, la electricidad y las medicinas. Los gazatíes no pueden salir sin permiso de los israelíes, ni pueden recibir visitas no autorizadas; pero lo peor es la falta de futuro, especialmente entre los jóvenes. Esta es la razón por la que el lanzamiento de los cohetes sobre Israel es aplaudido por una empobrecida población que a estas alturas ha perdido casi toda esperanza de una vida mejor y que está dispuesta al sacrificio de ser castigada duramente bajo la artillería pesada israelí.

La exposición, casi obscena, de cadáveres de niños palestinos a la prensa internacional se explica por el deseo del pueblo de Gaza de obligar a la opinión pública mundial a que reaccione ante el drama por el que están pasando. La violencia de estas imágenes sangrientas difícilmente puede ser borrada por las de judíos esperando a que pase la lluvia de cohetes resguardados en refugios antiaéreos, o por las denuncias del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sobre los “ataques terroristas”desde Gaza. Ni siquiera el apoyo explícito del presidente Barack Obama a Israel y a su “legítimo derecho a defenderse” suena muy convincente, cuando el parte final de guerra habla de seis israelíes muertos, frente a 164 palestinos muertos, de los que 45 eran niños.

La Guerra de los Ocho Días ha terminado con la imagen, casi esperpéntica, de los habitantes de Gaza celebrando en la calle como si acabaran de ganar el Mundial, mientras los israelíes regresan a su rutina con la amarga sensación de que se han burlado de ellos. Si bien es cierto que, como dijo el presidente de Egipto, Mohamed Mursi, la situación ha cambiado desde la Primavera Árabe y su gobierno “no va a dejar tirados” a los palestinos, como hizo su antecesor Hosni Mubarak, también es cierto que los israelíes cuentan con un nuevo escudo anticohetes que, a la vista está, ha permitido neutralizar la amenaza de Gaza y reducir las bajas al mínimo.

En cualquier caso, lo único claro en esta triste historia es que, si todas las guerras son crueles y estúpidas por naturaleza, la que enfrenta desde hace más de medio siglo a israelíes y palestinos es la más estúpida de todas, porque la solución con la que ambos sueñan es absolutamente imposible.

Por todo esto, la única hoja de ruta posible pasa primero por apartar del poder a los halcones que mandan ahora en Israel y Gaza —el gobierno dominado por los ultranacionalistas que dirige Netanyahu y el gobierno proiraní de Hamas— y que sean los moderados, que los hay, desde dirigentes laboristas israelíes al propio presidente Abas, los que se sienten en una misma mesa y dibujen juntos el mejor mapa posible donde aparezcan dos Estados viables, uno judío y otro palestino, limpio, este último, de asentamientos judíos.

Y para el final, Jerusalén, ciudad tres veces maldita desde que se fijaron en ella las tres religiones monoteístas —judaísmo, cristianismo e islam— y considerada capital tanto por israelíes como por palestinos. Nadie sabe si algún día llegarán a un acuerdo, pero lo único cierto es que no habrá paz en la región si no logran desatar ese nudo gordiano que es Jerusalén.

A mí se me ocurre una solución salomónica: ni capital de unos ni de otros, que la conviertan en una especie de “Disneylandia bíblica-coránica” para turistas y fieles y se repartan ambos pueblos las ganancias. Es lo menos estúpido que se me ocurre ante un conflicto tan estúpidamente interminable.

Nota publicada en cronica.com.mx

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