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Lunes 10 de diciembre 2012

LA VIGENCIA DE RIBEYRO EN NUESTRAS LETRAS

Fuente: billy crisanto seminario
LA VIGENCIA DE RIBEYRO EN NUESTRAS LETRAS
Foto: Disfunsión

LA VIGENCIA DE RIBEYRO EN NUESTRAS LETRAS

Por: Billy Crisanto Seminario

Hace algunos días se cumplieron 18 años de la muerte de Julio Ramón Ribeyro, hoy por hoy uno de los mejores cuentistas, no sólo de nuestro país, sino del mundo entero. El 4 de diciembre de 1994 partía a la eternidad, quien como nadie llegó a conocer el alma del ser urbano y marginal. En sus libros aflora esa desencantada, pero lúcida visión del cotidiano antihéroe, lejano de las algarabías y de los estruendos artificiales.  Ribeyro no quiso encandilarnos con duendes y sirenas. Quizá la dureza de la vida que llevó en su juventud como un auto exiliado en Paris le hizo comprender tempranamente (como Borges) que todos los destinos humanos son igual de inclementes.

Es notable, y de lectura obligatoria su libro de cuentos "La palabra del mudo". Básteme citar además del conocido "Gallinazos sin plumas", otros cuentos que reflejan con maestría a los grises y anónimos seres  del mundo costeño. En "Alienación" desnuda nuestra tendencia a imitar todo lo extranjero. La historia del moreno Roberto López es en muchos aspectos la propia negación a aceptar nuestros orígenes, y buscar otros ajenos, a veces  hasta límites patéticos. Luego, no existe otro relato que haga sentir la otoñal intensidad de esa atmósfera cargada de nostalgia y brisa marina como lo hace "Al pie del acantilado". La historia de Leandro y sus hijos Pepe y Toribio, nos muestra la predestinada derrota, pero también la terca lucha por sobrevivir. Ambas, como parte de esa ambivalencia tan peruana, pero también tan humana.

Mantengo como libro de cabecera un ejemplar de sus "Prosas Apátridas" que son una colección de textos breves a manera de historias y reflexiones, cuyo encanto y profundidad crece con los años. Es inevitable mencionar (más con gratitud que con jactancia) que sí algo he aprendido a escribir, le debo mucho a la obra de Ribeyro, tan honda y concisa al mismo tiempo. La capacidad de decir muchas y lúcidas cosas en pocas palabras es una virtud tan escasa como fecunda, y el maestro la tenía a raudales. Es verdad, era un poco huraño para el contacto social, pero no había en él el menor aire de grandeza. Simplemente era un hombre de pocos amigos, casi un solitario que, para satisfacción nuestra, consagraba su tiempo a la literatura.

Sin embargo, la capacidad de Ribeyro para hacernos identificar con sus personajes y con sus historias es su más sorprendente legado. Encontramos ahí nuestras propias precariedades materiales y espirituales. Está  presente, no tanto política como existencialmente, esa exclusión del sistema que echa por tierra los sueños y aspiraciones del hombre de nuestro tiempo. Esto no significa de ninguna manera una visión pesimista de la condición humana. Es fundamentalmente la  realidad de los desembarcados del progreso y del confort material y consumista. Es en este sentido el reverso de aquellos spots publicitarios que nos muestran hombres y mujeres tan vitales y glamurosos, pero que son al mismo tiempo tan frívolos y deshumanizantes.

Quizá la lección final y el mejor homenaje que podemos hacerle al gran Ribeyro es leer y promover la lectura de sus obras. El escritor es como un pequeño Dios porque nos atrapa con su arte y nos hace creer en su palabra. Sin embargo, también de alguna forma es quien se toma el trabajo (y esto no es nada sencillo) de reflexionar por quienes no lo hacemos. No es casual entonces que muchas veces, al reparar en la historia de alguno de sus personajes, no podemos evitar exclamar “ese soy yo”, como si el autor hubiese auscultado nuestra alma y nuestra historia. Julio Ramón Ribeyro no era un ser humano triste como a veces nos quieren hacer creer. Además de que en su juventud los bares y cantinas fueron parte de sus recorridos nocturnos, en su madurez disfrutaba de los placeres sencillos de la vida como contemplar el mar  desde su casa de Barranco donde pasó sus últimos años. 

TAGS: ribeyro, Letras
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