Presidencia vitalicia y hereditaria

Desde Venezuela nos llegan noticias sobre la precaria salud del presidente Hugo Chávez, pero el trasfondo de esas noticias nos dice que un sector de electores de ese país piensa en una presidencia vitalicia y hereditaria. Vitalicia, mientras Dios dé vida a Chávez. Hereditaria, para que le suceda su delfín Nicolás Maduro, a fin de que siga la revolución.

Quienes hemos vivido la primera fase de la revolución peruana con Juan Velasco y la segunda con Francisco Morales Bermúdez sabemos que la receta revolucionaria de una presidencia vitalicia y hereditaria no funciona. El régimen socialista, colectivista o como se le quiera llamar no funciona. Y el intento de perpetuar esa revolución manipulando plazos y personas tampoco, porque también hemos comprobado que nada irrita más a los demócratas que la permanencia indebida en el cargo, por mucho que realmente gane elecciones generales, como ha ocurrido en el siglo veinte con Leguía y Fujimori.

El apoyo al presidente venezolano desde Quito, La Paz, Buenos Aires, Montevideo y Asunción no es otra cosa que un autoapoyo a los gobernantes de esas capitales sudamericanas, porque siguen el mal ejemplo venezolano, y les va tan mal como al presidente que gobierna desde Caracas.

El modelo sudamericano viene de Bogotá, Santiago y Lima. Son las tres capitales que respetan la economía libre y la alternancia democrática. Gozamos de un crecimiento sostenido. Es el modelo a mantener lo que vamos bien y el que deben apresurarse a seguir los países que van mal.

Nota publicada en larazon.pe