Ahora se habla de un posible cambio, para mejor, de las relaciones chileno-peruanas a partir de la sentencia de La Haya. Impulsa la idea el relativo fair-play expresado por ambos gobiernos frente a la posibilidad de un sinsabor, y subyace a la idea la esperanza de que el juicio pueda cerrar las grietas históricas dejadas por la Guerra del Pacífico.
En efecto, muchas opiniones peruanas consideran que un avance suficiente en la demarcación daría al Perú una victoria simbólica, capaz de funcionar como un bálsamo de viejas heridas. Al lado de eso hay quienes piensan que el eje de la rivalidad Chile-Perú ha cambiado en estos decenios, y dejado atrás la vigencia de una revancha frente al siglo XIX. Una vigencia, literalmente, decimonónica.
Le cabe a Alan García en su segundo gobierno haber sido el primero en formular que la nueva rivalidad entre los dos países se encuentra en la competencia comercial y en la lucha por la modernidad. Una idea que relega el tema militar a un muy segundo plano, y sugiere que el armamentismo chileno es a su manera una hipoteca frente a su propio pasado.
No se trata, en esa visión, solo de ganarle a Chile en cifras económicas y sociales, éxito posible que en el fondo sería realmente para beneficio de la sociedad peruana. Se trata también de hacer de esa competencia un proceso de fructífera interconexión de intereses, el tipo de complementariedad que ya José de la Riva Agüero vislumbró en el primer tercio del siglo pasado.
¿Es posible una buena relación solo apoyada en intereses mutuos? En verdad, más allá de las inversiones y el comercio, los términos de una nueva relación todavía están por ser definidos. Pero cabe señalar que en los largos decenios sin real intercambio económico, casi todo el siglo XX, hubo una coexistencia con mucha mala sangre, pero con muy pocos sobresaltos reales.
Chile ha vivido unos 120 años en la comodidad psicológica de su antiguo triunfo militar, y ahora el Perú está en condiciones de articular uno. No tanto en el juicio de La Haya como en el diseño de un país competidor en los espacios económico-sociales donde Chile ha tenido absoluta primacía. Algo que nos interesa también frente a Colombia, por ejemplo.
Lo que no sabemos, y todavía está por ser demostrado, es cuál es el alcance entre la población de un canje de buenos negocios Chile-Perú.
Las empresas protagonistas seguramente están contentas; se dice que en Tacna y Arica existe un clima de concordia y mutuo beneficio; si el turismo es medida de algo, nos estamos conociendo mejor.
Como vienen diciendo cautelosamente los dos gobiernos, la buena relación post La Haya es algo que está por ser construido. Es decir, que hay por delante un periodo que puede requerir dosis de paciencia y buena voluntad (Con información del diario La República).
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