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Domingo 23 de diciembre 2012

Dilemas del Chavismo sin Chávez

Por: Steven Levitsky.
Dilemas del Chavismo sin Chávez
Foto: slate.com

Poco antes de las últimas elecciones presidenciales en Venezuela, aposté con el director de otro diario peruano que el chavismo no duraría más de tres años más en el poder. Los dos creíamos que Chávez estaba muy mal de salud, pero que iba a ganar las elecciones (yo tenía algunas dudas; él no las tiene nunca).

Mi pronóstico se basó en el hecho que la sucesión autoritaria es difícil, sobre todo en los regímenes personalistas. Cuando un régimen gira alrededor de un solo líder, la salida de ese líder genera incertidumbre. Las reglas del juego, antes definidas por el líder, se lanzan al aire. Actores e instituciones cuyo poder dependía del líder pierden peso, y políticos que antes eran incondicionales cambian de bando.

Pero sobre todo, la lucha por la sucesión provoca conflictos internos con resultados imprevisibles–y a veces fatales– para el régimen. En Argentina, por ejemplo, la muerte de Perón desató una guerra interna en el peronismo que terminó en un golpe militar. La sucesora de Perón, su viuda Isabel, duró menos de dos años en la presidencia. Argentina es un caso extremo, pero la sucesión es un talón de Aquiles en todos los regímenes personalistas.

La selección del sucesor es clave en cualquier régimen autoritario. El dictador teme la traición. Para asegurar la supervivencia de su proyecto y la protección de su familia y su círculo íntimo, busca alguien de altísima confianza. Muchas veces termina siendo un familiar, como su hijo. Aunque el hijo no suela ser el mejor preparado, es visto, en muchos casos, como el único capaz de garantizar la unidad. Y la élite del régimen, temiendo una lucha interna desestabilizadora, cierre filas detrás de él. Por eso, la sucesión hereditaria ha sido utilizada en muchos regímenes no monárquicos –como Azerbaiyán, Corea del Norte (dos veces), Congo, Gabón, Siria, Togo, y casi Egipto– en los últimos años.

En un régimen autoritario competitivo, como Venezuela, la sucesión es más complicada. Hay elecciones (injustas pero competitivas), y el oficialismo tiene que ganarlas. Así que el sucesor tiene que ser no solo confiable sino también elegible. Es una combinación poco común. La gente de confianza no suele tener buena imagen, y los mejores candidatos electorales no son confiables (porque son difíciles de controlar). Algunos líderes optan por gente de confianza y pierden, como Kuchma en Ucrania y Moi en Kenia; otros optan por sucesores con capacidad electoral que luego los traicionan (Mahathir en Malasia).

La sucesión es menos traumática en los regímenes con un partido institucionalizado. En países como México bajo el PRI, Malasia, Tanzania, Vietnam y China, el partido oficialista cuenta con mecanismos para renovar los liderazgos y dirimir los conflictos internos. Hasta el régimen cubano –a pesar del poder y carisma de Fidel–tiene un Partido Comunista moderadamente institucionalizado con cierta capacidad de manejar la sucesión.

Pero el régimen venezolano no tiene instituciones sólidas. El recién nacido Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es netamente personalista. Tiene poca vida institucional fuera de Chávez.
Chávez dio un paso hacia una sucesión ordenada con la designación de Nicolás Maduro. Maduro es leal y parece tener más capacidad electoral que su principal rival interno, Diosdado Cabello. Pero su ascenso político se debe casi exclusivamente a Chávez.

Para consolidar el poder y llevar adelante el proyecto chavista, Maduro tendría que superar varios desafíos. Primero, tendría que vencer a sus rivales internos, sobre todo a Diosdado Cabello. Segundo, tendría que asegurar que los rivales vencidos no abandonen el barco, dividiendo el movimiento. Y finalmente, Maduro tendría que ganar una elección. Según la Constitución venezolana, si el presidente deja el cargo en los primeros cuatro años de su mandato, hay nuevas elecciones dentro de 30 días.

La elección no sería fácil. Chávez tuvo que pelear duro para ganarle a Henrique Capriles. Ganó, en parte, gracias a un diluvio de gasto público que será difícil de repetir (y que, según varios economistas, traerá una fuerte resaca económica en 2013). Bajo peores condiciones económicas, y sin el carisma, la legitimidad, o el talento de Chávez, Maduro podría perder.

El gobierno puede optar por el fraude, pero el fraude también corre riesgos. En Serbia, Georgia y Ucrania, gobiernos autoritarios cayeron ante protestas provocadas por elecciones fraudulentas. En Irán, el gobierno aguantó la protesta en 2009, pero tuvo que matar 70 personas y arrestar a 4.000. No se sabe si los militares venezolanos están dispuestos a reprimir de esa manera. La última vez que los chavistas dispararon contra una manifestación, en 2002, provocaron un golpe de Estado.

No está nada dicho. Con el martirio de Chávez, cuya muerte generaría una ola de simpatía, y si el precio del petróleo vuelve a superar los US$ 100 por barril, todo es posible. Pero la sucesión será traumática para el régimen. Y podría ser fatal.

Si colapsa el proyecto bolivariano, será culpa de Chávez. Durante 14 años, Chávez habló mucho de su “Revolución” pero hizo poco para consolidarla. En vez de construir un partido fuerte o instituciones sólidas, construyó un régimen sobre dos elementos muy precarios: el personalismo y el petróleo. De hecho, el chavismo siempre fue más populista que revolucionario, más parecido al peronismo que a los proyectos revolucionarios en Cuba, Vietnam o Irán.

Pero aunque caiga, el chavismo –como el peronismo– durará. La identidad chavista ha echado raíces en la sociedad, sobre todo en los sectores más pobres. Existen las materias primas para la consolidación de un partido duradero: una identidad fuerte, una base de militantes comprometidos y cierta ideología. El chavismo podrá sufrir divisiones y derrotas electorales, pero no va a desaparecer. La muerte de Chávez puede provocar el fin del régimen. Pero aun así, habrá chavismo sin Chávez para rato (Con información del diario La República).

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