Lo económico, lo social y lo político en general pasan a un plano mucho menos visible.
Para muchos, la Navidad es un tiempo privilegiado; colmado de todo aquello que implica bonanza y bienestar. En ese contexto, sin así planificarlo, con frecuencia diciembre se transforma en medida obligatoria y remedio perfecto para paliar los males, los desafíos, las carencias y en definitiva los problemas que nos aquejan.
Al mismo tiempo, por un lado salen a flote temas realmente importantes para la convivencia ciudadana, tales como la solidaridad, el compartir, la alegría, los deseos comunes, el quehacer familiar, y por el otro, también temas esenciales comienzan a ignorarse, por quien no quiere "aguarse la fiesta".
Así, lo económico, lo social y lo político en general pasan a un plano mucho menos visible, las grandes noticias no corren con la misma velocidad, y las convocatorias ciudadanas, ya sea en el marco de eventos electorales o de proyectos de defensa y desarrollo comunitario, no gozan de la aceptación esperada por parte de un conglomerado ciudadano medianamente organizado.
Como las afamadas "mentiritas blancas" tal fenómeno de disociación colectiva puede juzgarse como natural, y hasta necesario para detenernos y sentir que respiramos aire puro y no tan cargado por tantas preocupaciones y necesidades que compartimos a lo largo del año.
Sin embargo, cuando seamos capaces de aprovechar esa capacidad de desconectarnos con lo que nos aqueja, para reencontrarnos con lo que queremos y merecemos como parte de nuestra vida diaria, más que con lo que quiero y puedo brindarme una vez al año, habremos dado un paso hacia adelante; y cuales pastores de pesebre decembrino, nos convertiremos en testigos y testimonio de que en los escenarios más adversos, hermosas historias pueden escribirse.
Nota publicada en eluniversal.com