Scopio cumple un año

Deseo, junto con el saludo navideño de Paz y Felicidad, hacerlos partícipes de la alegría que tenemos porque SCOPIO cumple un año.

Todo comenzó con el aliento de Francisco Huanacune, fraterno amigo y compañero de horas difíciles en el viejo París de los años 90 y de tertulias nostálgicas en la rue Saint-Guillaume, en los pasillos del IHEAL, siglas francesas para el Instituto de Altos Estudios de América Latina. Ya de nuevo en Lima, Francisco llevó adelante la tarea de posicionar GENERACCION, su plataforma virtual que hoy goza de muy buena salud.

Por ello me comprometí a escribir algunas notas más bien breves, que vieron la luz el 23 de diciembre del año anterior. Y de verdad eran de luz, porque SCOPIO apareció primero en las pantallas de los ordenadores, producto del sortilegio de la tecnología informática por la que hoy día podemos escribirnos, leernos y vernos cruzando el mundo sin movernos de casa.

Para quienes no somos periodistas o comunicadores resulta complicado incorporar el hábito de escribir en forma periódica. Hacerlo semanalmente ya era un desafío que nunca antes había enfrentado, no obstante las varias oportunidades en que hube colaborado con diversos medios de prensa. A mejorar esa disciplina contribuyó, de manera decisiva, la gentileza del diario CORREO de mi tierra natal, Tacna, que desde hace ya varios meses me publica con regularidad y respeto, gestos que deseo agradecer públicamente. Lo mismo a quienes desde las “redes sociales” se encargan de reproducir mis notas con gran generosidad.

Quise que SCOPIO fuera una mirada sencilla, con actitud divulgadora, que se posara sobre las personas, las opiniones y los acontecimientos que pudieran considerarse de importancia, en un afán de reflexionar en torno a ellos  más que para juzgarlos  sentenciosamente. De seguro no siempre lo he conseguido porque es muy difícil alcanzar la objetividad más depurada y también porque tampoco me gustaría enfundarme en la imagen de un candelejón sin criterio propio.

Durante un buen tiempo debí disimular mi asombro cuando algunos amigos saludaban o comentaban sobre mi “ESCORPIO”, creyendo o queriendo descubrir en él –en vano- un énfasis medio ponzoñoso que sin duda podría esperarse de su mal entendido nombre. Nada más lejos de mi voluntad y estilo.

Mi SCOPIO ha querido ser llanamente fiel a esa voz griega en su aplicación de “instrumento para observar”. Su familia de palabras no es amplia y es tan precisa que, por ejemplo, se utiliza “telescopio” en la astronomía, “microscopio” en la biología, “estetoscopio” en la medicina, “giroscopio” en la navegación  y “periscopio” en el submarinismo. Pero hay una más y de muy escaso uso: “caleidoscopio”. Es éste un juguete de apariencia simple, tubular, cuyo precioso atributo es generar -gracias a la distribución interna e ingeniosa de espejos y pequeños objetos de colores- una sucesión maravillosa de imágenes simétricas en movimiento que se observa por uno de sus extremos. Casi en la extinción –probablemente porque no suena ni rueda ni estalla ni amenaza- el “caleidoscopio” parece estar destinado a entretener a los ángeles.

“CALEIDOSCOPIO” se llamaba una columna que escribía ese gigante de la política y el periodismo que fue Manuel Seoane Corrales, el “Cachorro”. Así hubiera querido llamar a mis escarceos periodísticos, pero era atreverse demasiado. SCOPIO no más será para mí y que haya cumplido un año me llena de felicidad.