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Domingo 30 de diciembre 2012

Evaristo y la navidad de un niño trabajador

Por: Billy Crisanto Seminario
Evaristo y la navidad de un niño trabajador
Foto: Difusión


Billy Crisanto, autor de estas líneas


Nunca me olvidaré de ti Evaristo. Eras uno de los más entusiastas en la chocolatada del colegio. Tanto así que otros alumnos se reían de tu emoción durante los preparativos. Luego me enteré por uno de tus amigos del motivo. La noche del 24 trabajarías hasta la madrugada porque en esa fecha ganabas más. Desde que tu padre abandonó a tu mamá tenías que trabajar duro, y por ello, los juguetes, las cenas de noche buena, las lucecitas, etc. etc., no eran parte de tu celebración. Ahora entendía que para ti no habría otra navidad que la del colegio, y por ello tu alegría. Sentí ganas de abrazarte como a un hijo, pero mi tonto temor a hacer el ridículo pudo más.

Me identifiqué con tu historia. Por un momento sentí en mi alma la melancolía que otrora me invadía en estas fechas, y me contemplé reflejado en tus navidades. Me vi arrancado de la ciudad y  trasplantado de nuevo en el campo donde la gente se va a dormir desde las ocho como si fuese una noche más. No existía aún la televisión, y menos en el campo, sólo un radio antiguo en el que mi padre escuchaba emisoras extranjeras.

Pasé mi infancia, y muchas navidades, en esa casa del campo, pero la que más recuerdo fue la del gran carro de cartón. Fue una de las cumbres de felicidad en esa etapa donde la inocencia es sinónimo de alegría. Posiblemente tenía unos cinco años en ese entonces. Mi padre tenía un fuerte carácter. Nunca nos castigaba, pero bastaba una orden y una mirada para obedecer en el acto. Sin embargo esa vez lo recordaba bueno y contento, trabajando esmeradamente para que el carro quede muy bien, y con una sonrisa y una voz bonachona.

Dos tablas de madera, cuatro rodajes y una gran (y resistente) caja de cartón. En la parte delantera las aberturas que simulaban parabrisas. Un cable para jalarlo y ya estaba listo. Papá  fue el primero en pasearme por el camino que llevaba a la vieja ex hacienda  situada en una loma en medio de los sembríos. Yo no paraba de reír mientras él jalaba el carro con sus manos fuertes. En esa época no había panetón, ni chocolate, ni menos Papá Noel con sus costosos juguetes. Sólo un padre que solía enternecerse por estas fechas y un hijo que no sabía donde guardar tanta algarabía.

Por ello esa tarde, mirando disimuladamente a Evaristo me puse a imaginar sus navidades tan diferentes a las de otros niños. La ciudad es más dura que el campo. El bullicio, la música, las luces de las tiendas, los carros, etc., parecieran expresar una gran alegría, pero todo depende del dinero, y cuánto menos tienes, más difícil  se vuelve disfrutar de esa navidad. Por ello Evaristo, y muchos niños más, sólo veían un triste reflejo de esa forma de celebrar el natalicio de Dios en las pantallas de la televisión. En su celebración la palabra trabajo era la única alternativa para que sus hermanitos puedan comer al día siguiente.

En la estadística  de cualquier gobierno Evaristo (y sus amigos) sólo significa una cifra más de la tasa de trabajo infantil.  Los niños no deberían trabajar, sólo jugar y divertirse, pues es el mejor aprendizaje en esa etapa de la vida. Sin embargo, su  realidad es dura, y sencillamente, si no trabajan no comen. No obstante, Evaristo y sus amigos son mucho más que estadística oficial. Son seres que en estas fechas sólo quieren sentirse queridos. No tanto recibir un regalo, que también los alegraría, sino sobre todo sentir que se comparte con ellos. Lograr que descubran que el nacimiento de Jesús, a pesar de las dificultades, es sobre todo, recibir su amor en nuestro corazón. Esto pensaba esa tarde en que después de motivar a mis alumnos, compartimos el chocolate y el panetón de un sol, cantamos y reímos. Finalmente, venciendo el tonto temor a hacer el ridículo, terminamos abrazándonos (con Evaristo rojo de tanto reír) todos para desearnos una feliz navidad. 

TAGS: navidad, niñez
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