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Martes 15 de enero 2013

México-EU: disminuir la asimetría

Por: Francisco Báez Rodríguez.
México-EU: disminuir la asimetría
Foto: hormigamillonaria.com

Una parte de lo que tiene que cambiar con el cambio de gobierno es la relación entre México y Estados Unidos.

El problema principal para nuestro país es que esa relación, que siempre ha sido asimétrica, se volvió todavía más desigual durante los gobiernos panistas.

El presidente Fox tenía como eje central de su proyecto de relación con Estados Unidos, la consecución de una reforma migratoria, que permitiera a México seguir contando con una válvula social de escape, ante el escaso dinamismo de la economía nacional. Ese eje se vino abajo, hecho polvo, junto con las Torres Gemelas de Nueva York, con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Y, como a Humpty Dumpty, no hubo manera de reconstruirlo.

Durante la llamada Era Bush, la seguridad nacional fue un objetivo perseguido con obsesión, y en ello fincó buena parte de la relación con su vecino del sur. Hay que decir, al respecto, que muchas de las negociaciones bilaterales sobre la materia no corrieron entre el Departamento de Estado y la Secretaría de Relaciones Exteriores, sino entre el Departamento de Seguridad Interior (Homeland Security) y la Secretaría de Gobernación, a través del CISEN (que entonces encabezaba nada menos que Eduardo Medina Mora).

De hecho, podemos afirmar que, si durante aquellos años de paranoia estadunidense hubo una frontera con un flujo racional de personas y de mercancías, fue gracias a estas complejas negociaciones, en las que participó el hoy embajador de México en Washington.

Al tomar posesión Calderón, la seguridad seguía siendo la prioridad en Estados Unidos, pero tomó otro carril, y se tradujo en la estrategia de combate frontal y directo al narcotráfico, con los resultados de inseguridad, de violaciones a los derechos humanos y de pulverización-multiplicación de los cárteles que hoy conocemos.

También, con los resultados electorales que dieron por terminada la primera transición en la democracia mexicana.

En el ínterin, mientras Calderón seguía empecinado en que no había más ruta que la suya —y la del diktat allende el Bravo—, pasaron en Estados Unidos tres cosas importantes, que obligaron a ambas partes a una reconsideración de las prioridades en la relación bilateral.

La primera fue la crisis económica detonada por el mercado hipotecario y el sistema financiero mal regulado en EU. Fue una crisis que pegó duro a México y obligó a los estadunidenses a volver la vista a las relaciones comerciales y financieras con los demás países, incluido el nuestro. La seguridad dejó de ser la principal preocupación, para cederle el lugar al desempleo.

La crisis en Estados Unidos trajo consigo un cambio en las tendencias demográficas de los años anteriores. La escasez de empleo puso un alto a la emigración ilegal hacia ese país como no lo habían hecho las bardas fronterizas, materiales o virtuales. El flujo neto de población entre México y Estados Unidos llegó incluso a revertirse temporalmente.

Finalmente, la dinámica político-demográfica de EU ha generado un fenómeno, muy evidente en las elecciones de 2012, que ha otorgado un poder sin precedentes a las comunidades de origen hispano en ese país. Son ahora los king-makers. Difícilmente un candidato podrá ganar una elección nacional con los latinos en contra, como bien lo aprendió Romney.

Esas tres condiciones, aunadas al cambio de partido en el poder en México y al sonado fracaso de la llamada “guerra contra el narcotráfico” (con sus escandalosos fracasitos colaterales, como “Rápido y Furioso”), generan nuevos ejes torales en la relación bilateral. Deben también generar, insisto, una relación menos asimétrica.

Así lo han entendido, pero hasta ahora nada más en el discurso, ambos presidentes. Obama y Peña Nieto están abogando por poner en el centro de la relación un relanzamiento económico. Ambos dejan en segundo lugar los temas de seguridad —en los que el tráfico de armas está sustituyendo al traspaso de drogas como punto principal— y los dos coinciden en la conveniencia de una nueva legislación migratoria en EU, sin que ésta se convierta en el tema medular de la relación bilateral.

Falta, ni más ni menos, darle la vuelta al asunto en los hechos. “Incrementar el comercio, fortalecer nuestra competitividad y administrar efectivamente nuestra frontera” son los temas, en palabras de Obama. Esto debería traducirse en frenos, de parte de Estados Unidos, a las políticas proteccionistas disfrazadas; en apoyos a la competitividad mexicana de mediano y largo plazo (que se llama educación, pienso yo, y que es mucho más útil que los helicópteros artillados del Plan Mérida) y en la continuación y fortalecimiento de los acuerdos transfronterizos que evitaron un colapso en los primeros años del siglo.

Por supuesto, las mismas frases pueden leerse de otra manera: incrementar las importaciones mexicanas de productos de EU, competir mediante la baratura de la mano de obra y ceder el control real de la frontera al vecino norteamericano. En la lógica cortoplacista —y, por ende, miope— sería lo que conviene a los estadunidenses (aunque el bienestar de ambos lados es lo que les haría mejor con una visión de más alcance).

Apostar al mediano plazo, insistir en que la integración económica lleva aparejados movimientos de población benéficos para ambas naciones y entender que la modernización y la creación de empleos de este lado de la frontera son también auxiliares para la seguridad nacional de EU pueden ser, todos, elementos de una relación que en la realidad, y no nada más de dientes para fuera, sea de vecinos, socios y amigos. Veremos qué tanto se avanza (Con información del diario La Crónica de Hoy).

con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Y, como a Humpty Dumpty, no hubo manera de reconstruirlo.

Durante la llamada Era Bush, la seguridad nacional fue un objetivo perseguido con obsesión, y en ello fincó buena parte de la relación con su vecino del sur. Hay que decir, al respecto, que muchas de las negociaciones bilaterales sobre la materia no corrieron entre el Departamento de Estado y la Secretaría de Relaciones Exteriores, sino entre el Departamento de Seguridad Interior (Homeland Security) y la Secretaría de Gobernación, a través del CISEN (que entonces encabezaba nada menos que Eduardo Medina Mora).

De hecho, podemos afirmar que, si durante aquellos años de paranoia estadunidense hubo una frontera con un flujo racional de personas y de mercancías, fue gracias a estas complejas negociaciones, en las que participó el hoy embajador de México en Washington.

Al tomar posesión Calderón, la seguridad seguía siendo la prioridad en Estados Unidos, pero tomó otro carril, y se tradujo en la estrategia de combate frontal y directo al narcotráfico, con los resultados de inseguridad, de violaciones a los derechos humanos y de pulverización-multiplicación de los cárteles que hoy conocemos.

También, con los resultados electorales que dieron por terminada la primera transición en la democracia mexicana.

En el ínterin, mientras Calderón seguía empecinado en que no había más ruta que la suya —y la del diktat allende el Bravo—, pasaron en Estados Unidos tres cosas importantes, que obligaron a ambas partes a una reconsideración de las prioridades en la relación bilateral.

La primera fue la crisis económica detonada por el mercado hipotecario y el sistema financiero mal regulado en EU. Fue una crisis que pegó duro a México y obligó a los estadunidenses a volver la vista a las relaciones comerciales y financieras con los demás países, incluido el nuestro. La seguridad dejó de ser la principal preocupación, para cederle el lugar al desempleo.

La crisis en Estados Unidos trajo consigo un cambio en las tendencias demográficas de los años anteriores. La escasez de empleo puso un alto a la emigración ilegal hacia ese país como no lo habían hecho las bardas fronterizas, materiales o virtuales. El flujo neto de población entre México y Estados Unidos llegó incluso a revertirse temporalmente.

Finalmente, la dinámica político-demográfica de EU ha generado un fenómeno, muy evidente en las elecciones de 2012, que ha otorgado un poder sin precedentes a las comunidades de origen hispano en ese país. Son ahora los king-makers. Difícilmente un candidato podrá ganar una elección nacional con los latinos en contra, como bien lo aprendió Romney.

Esas tres condiciones, aunadas al cambio de partido en el poder en México y al sonado fracaso de la llamada “guerra contra el narcotráfico” (con sus escandalosos fracasitos colaterales, como “Rápido y Furioso”), generan nuevos ejes torales en la relación bilateral. Deben también generar, insisto, una relación menos asimétrica.

Así lo han entendido, pero hasta ahora nada más en el discurso, ambos presidentes. Obama y Peña Nieto están abogando por poner en el centro de la relación un relanzamiento económico. Ambos dejan en segundo lugar los temas de seguridad —en los que el tráfico de armas está sustituyendo al traspaso de drogas como punto principal— y los dos coinciden en la conveniencia de una nueva legislación migratoria en EU, sin que ésta se convierta en el tema medular de la relación bilateral.

Falta, ni más ni menos, darle la vuelta al asunto en los hechos. “Incrementar el comercio, fortalecer nuestra competitividad y administrar efectivamente nuestra frontera” son los temas, en palabras de Obama. Esto debería traducirse en frenos, de parte de Estados Unidos, a las políticas proteccionistas disfrazadas; en apoyos a la competitividad mexicana de mediano y largo plazo (que se llama educación, pienso yo, y que es mucho más útil que los helicópteros artillados del Plan Mérida) y en la continuación y fortalecimiento de los acuerdos transfronterizos que evitaron un colapso en los primeros años del siglo.

Por supuesto, las mismas frases pueden leerse de otra manera: incrementar las importaciones mexicanas de productos de EU, competir mediante la baratura de la mano de obra y ceder el control real de la frontera al vecino norteamericano. En la lógica cortoplacista —y, por ende, miope— sería lo que conviene a los estadunidenses (aunque el bienestar de ambos lados es lo que les haría mejor con una visión de más alcance).

Apostar al mediano plazo, insistir en que la integración económica lleva aparejados movimientos de población benéficos para ambas naciones y entender que la modernización y la creación de empleos de este lado de la frontera son también auxiliares para la seguridad nacional de EU pueden ser, todos, elementos de una relación que en la realidad, y no nada más de dientes para fuera, sea de vecinos, socios y amigos. Veremos qué tanto se avanza (Con información del diario La Crónica de Hoy).

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