La semana pasada escribí acerca de la coexistencia de los juguetes tradicionales y los electrónicos en nuestra época. Los comentarios recibidos me estimulan, ahora, a decir algo acerca de éstos últimos, los electrónicos, de manera específica, de los videojuegos. La línea me la da el siguiente punto que compartieron más de una lectora: su poca simpatía por los videojuegos que choca con el entusiasmo que muestran sus respectivos hijos al jugar con estos.
Los padres de hoy somos una generación coyuntural. Simpatizamos con los juguetes con que crecimos, es decir, más tradicionales que electrónicos: pelotas, muñecas, carritos, juegos de té, canicas…; y aun cuando ya existían los videojuegos, su acceso no era tan fácil, no había uno en cada casa, sino que las maquinitas en los salones recreativos o en los estanquillos eran la posibilidad para quienes tenían suficientes monedas. Nuestros hijos, en cambio, crecieron teledirigidos, expuestos a las pantallas: primero la televisión, después los videojuegos, enseguida la computadora, y con ella el acceso a las redes sociales.
¿Cuáles son sus beneficios? Adquisición de habilidades motoras, de lenguaje y cognitivas del tipo atención, concentración, memoria, causa-efecto, deducción; estimulación de los sentidos, así como capacidad de razonamiento y discernimiento entre dos cosas o situaciones, reconocimiento...
A nosotros los videojuegos y las redes sociales nos agarraron a medio camino, a ellos desde el comienzo, razón por la cual dan la impresión de traer un chip integrado para el manejo de los aparatos electrónicos en general; mientras que para nosotros resultaron algo desconocido al llegar más tarde a nuestras vidas.
Y, precisamente, es el miedo a lo desconocido lo que genera ansiedad, suspicacia, miedo. De ahí nuestros cuestionamientos: ¿los videojuegos son buenos o malos? ¿Qué le hacen a las mentes de nuestros hijos? ¿Los vuelve torpes, violentos, aislados, insensibles, enajenados, apáticos…? Al verlos tan entusiasmados, casi hipnotizados ante la pantalla, nos preguntamos si eso está bien.
Algo ha quedado claro al respecto: los videojuegos no son buenos ni malos per se. Es el uso el que determina el resultado. Utilizados de forma adecuada aportan importantes beneficios al desarrollo infantil. ¿Qué es un uso adecuado? Jugar por periodos cortos (cuatro o cinco horas a la semana sugieren los expertos) y supervisados, con los juegos recomendados para la edad que indican las especificaciones que trae el empaque, evitando los que tienen temas de violencia y optando por juegos instructivos, de preferencia jugando en grupo —y de vez en cuando con los papás involucrados para enseñarles a resolver situaciones, a responder a la frustración cuando pierden o cuando no consiguen un punto o superar un nivel…—, tomándolo como una de las múltiples posibilidades en cuanto a tipo de juego.
¿Cuáles son sus beneficios? Adquisición de habilidades motoras, de lenguaje y cognitivas del tipo atención, concentración, memoria, causa-efecto, deducción; estimulación de los sentidos, así como capacidad de razonamiento y discernimiento entre dos cosas o situaciones, reconocimiento de formas y colores, entre otras. Claro que lo mismos beneficios se obtienen de otro tipo de juegos, por ejemplo, los de mesa.
He notado que cuando los niños y las niñas cuentan con otras modalidades alternativas al videojuego, terminan por regular, ellos mismos, el tiempo y el tipo de juego: después de unos minutos de videojuego se desconectan para ir en búsqueda de sus amigos y cambian de actividad.
Un problema contemporáneo tal vez sea que no estamos construyendo ciudades, rutinas, dinámicas y ocasiones para que los niños y las niñas tengan suficientes alternativas: las rutinas cotidianas y las dinámicas laborales nos alejan de ellos, lo mismo que el cansancio y el estrés; en las urbes no hay espacios suficientes ni seguros para que jueguen libremente; debido a la cuestión demográfica no siempre hay más niños en el vecindario para jugar en grupo de manera espontánea (o sí hay, pero todos se encuentran en sus respectivos talleres o cursos extraescolares a los que se les inscribe para dotarlos de más habilidades, me dijo atinadamente una mamá). Ante este tipo de limitaciones a muchos niños y niñas no les queda más que conectarse en exceso a los videojuegos. Y es el exceso el factor de riesgo, no el videojuego.
Nota publicada en correo-gto.com.mx