Faltan menos de dos meses para la consulta de revocación contra la alcaldesa de Lima y los partidarios del SÍ mantienen una clara ventaja con el 59% de intención de voto. Sin embargo, y no obstante que lo holgado de las cifras podría dar por sentado que el destino de la alcaldesa no sería otro que su hogar, el mencionado proceso ha entrado en una fuerte polarización que ha acaparado el debate político en la capital y está propiciando un incremento en los niveles de violencia verbal que poco favor le hace a la democracia, cuya defensa se arrogan las dos posiciones en contienda.
Acusaciones mutuas de corrupción y de querer promover intereses que subyacen el espíritu de la revocatoria –utilizando calificativos tan directos como poco elegantes– no solo reducen el nivel de la discusión política de un proceso en el que la discrepancia sobre los temas de fondo ha dado paso a la diatriba personalísima y al ensañamiento público contra el adversario, sino que tiende a fomentar un ánimo incitador o incendiario que es fácilmente asimilado por militantes o simpatizantes de uno y otro bando, quienes asumen como propia la defensa y reivindicación feroz de las posiciones a las que adhieren.
Es previsible, por tanto, que la riña de callejón en la que se ha convertido la revocatoria continúe por esa misma senda, y es hasta aceptable que, dada la mentada polarización, acudamos en los próximos días a una toma de posición mucho más encarnizada e intolerante. Pero no se debe aceptar que, en nombre de la democracia y de la defensa de los ideales que cada grupo dice defender, se esté hipotecando la gobernabilidad de la capital, cortando puentes de entendimiento que luego, debido al resentimiento que empieza a engendrarse en diversos sectores políticos y sociales, sean muy difíciles de reconstruir.
Nota publicada en larazon.pe