Los números son contundentes: una de cada dos nuevas parejas se conoce por internet. Al menos es lo que asegura el sociólogo norteamericano Michael Rosenfeld, Profesor Asociado en la Universidad de Stanford.
Rosenfeld, y su colega Reuben Thomas, profesor asistente del City College de Nueva York, han publicado dos textos que pretenden explorar las relaciones que se inician y desarrollan a través de la red: How Couples Meet and Stay Together (Cómo se conocen las parejas y permanecen juntas), a partir de los resultados de un estudio realizado en 2009 entre más de cuatro mil adultos, y Searching for a Mate: The Rise of the Internet as a Social Intermediary (La búsqueda de un compañero: el auge de Internet como un intermediario Social), datado en 2012.
Ambas publicaciones corroboran lo que parecía obvio: Internet amplía sustancialmente las oportunidades de encontrar una persona afín con la que congeniar, extendiendo las posibilidades más allá de nuestro círculo de amistades, familiares y compañeros de estudio o trabajo inmediatos. Así mismo, las estadísticas parecen señalar que las parejas que se forman a partir de una relación a través de Internet son tan estables como aquellas que se inician de cualquier otra forma.
Internet ofrece la posibilidad de conocer posibles parejas tanto de manera aleatoria, cuando se coincide por azar en foros o redes sociales, como de manera deliberada, a través de sites especializados en citas o contactos.
Algunas personas sienten reparo al emprender una relación con un desconocido, pero los eventuales riesgos son los mismos que podrían enfrentarse al abordar a alguien en un lugar público sin que nos sea presentado por una tercera persona que ya le conoce. En este sentido, quizá las páginas que requieren una suscripción minimizan los riesgos, al requerir la identificación del suscriptor y el pago mediante una tarjeta de crédito, con lo cual al menos los administradores del sitio conocen la verdadera identidad del usuario.
En las relaciones que se desarrollan por Internet lo que priva es, como en las antiguas relaciones epistolares, el lenguaje escrito.
José Hermida, en su obra Hablar sin palabras, afirma que la mayor parte de los datos que comunicamos son transmitidos de forma no verbal. Si ello fuera cierto, una interacción restringida a la palabra implicaría la pérdida de una importante cantidad de información asociada a lo gestual y al tono de voz, que conducen en paralelo otros mensajes. De hecho, quienes estudian el lenguaje corporal pueden detectar a menudo contradicciones entre el contenido de lo que dice una persona y su gestualidad. Ello explica que a veces experimentemos visceralmente que lo que nos están diciendo no es cierto: aunque intelectualmente recibimos un mensaje, nuestro cerebro percibe e identifica otras señales en nuestro interlocutor que ponen en luz una incongruencia. Así pues, el devenir de la relación que nace en la escritura no podría predecirse hasta que la comunicación se amplíe desde lo escrito (mail o chat) hacia la comunicación audiovisual (web cam).
En compensación, la comunicación escrita disminuye hasta cierto punto la incertidumbre, ya que la información viene dada en declaraciones precisas que reducen la subjetividad que introducimos al interpretar una determinada situación: no se trata de una conjetura que aventuramos, sino de una aseveración efectuada por nuestro interlocutor.
La solidez de estas relaciones se basa en los intereses comunes, en los valores similares que se ponen de manifiesto en la conversación, más allá de lo meramente físico, que suele predominar en los encuentros "reales".
A través de Internet se evitan los traslados, se salvan las distancias, se superan los horarios, se minimizan los riesgos. Cuando se agotan las fuentes de eventuales parejas (amigos de amigos, relaciones laborales...) siempre quedan los sitios de dating y los encuentros fortuitos en lugares de interés común, aunque no puedan sustituir el calor de otra mano en la nuestra.
Nota publicada en eluniversal.com.