Las pasadas semanas he hecho públicas mis observaciones a la revocación de la actual gestión municipal de Lima. Entre otras atingencias, mencioné que encontraba obsceno pretender el desafuero de la comuna limeña por razones tan frívolas como la extracción social o hasta étnica de la alcaldesa. Notaba, en las bambalinas del proceso, la presencia de un núcleo revocador mezquino, oblicuo y de dudoso origen en persecución de un objetivo apriorístico, trazado incluso antes de iniciarse el actual gobierno de Fuerza Social.
Sin embargo, debo señalar también que al interior del PAP, partido en el que milito, se debatió largamente esta temática durante todo el año anterior y se levantaron importantes voces disidentes a la revocación como la del emblemático líder Carlos Roca y del dirigente nacional Fernando Arias. Asimismo, la cuestión se consultó al nivel de las bases, tan es así que yo mismo fui convocado por la mía a una sesión a la que no pude asistir y que se pronunció en favor del sí. La misma postura la adoptó la mayoría de bases distritales de Lima y de ese consenso democrático, que me consta, el APRA definió su posición.
Más allá de mis observaciones a la revocación, expuestas al principio de esta nota, encuentro coherente la decisión tomada por el Partido del Pueblo. Me resulta evidente la persecución que ha sufrido la actual MLM desde que inició labores –en algunos casos impulsada por gruesos errores de gestión-; pero también me queda claro el ninguneo sistemático del que fueron objeto apristas y castañedistas por parte de FS, detractora del tren eléctrico, del Cristo del “gordo vago”, de los hospitales de la solidaridad etc.
Para el caso del APRA y la izquierda, la actual puesta en escena recrea una antigua rivalidad en dónde la segunda cuestiona a la primera desde todos los ángulos: el político, el ideológico, el académico y el moral. La razón, que el APRA de los sesentas no lideró la lucha revolucionaria por la dictadura del proletariado, como aquella hubiese deseado. Ya he cuestionado, y seguiré cuestionando, la acusación de traición ideológica que pesa sobre Víctor Raúl Haya de la Torre y su movimiento; para nuestro actual interés, de ella se desprende el desdén histórico a la obra del político más preclaro y brillante del siglo veinte peruano, y a su partido.
Puerto a tierra- y sumándole el sambenito por su olvidable primer gobierno – se trata a los apristas como a una suerte de categoría sub-humana, moralmente inferior, y es así como se les refiere cotidianamente en las redes sociales y demás espacios donde se discute la política nacional. Ciertamente, la razón de apoyar la revocatoria debería partir de la evaluación de la eficiencia de la gestión municipal, pero no es dable pensar que los factores que he referido no influyen en la decisión de los electores más ideologizados del medio: apristas e izquierdistas.
Mucho queda por hacer en nuestro país, mucho por reconciliar y mucho –lo he dicho tantas veces- por tender puentes y hacer de la nuestra una política menos pantagruélica, tribal y des-institucionalizada. Pero aquí cada quien tiene que hacer su mea culpa, para empezar, quienes afrontan una consulta popular con el escenario cuesta arriba, lo que no se explica, simplemente, en la trama de un círculo macabro.