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Jueves 31 de enero 2013

Tortugas Ninja

Por: Miguel E. Weil Di Miele.
Tortugas Ninja
Foto: Referencial

Leyendo durante varias semanas a muchos de los columnistas y blogueros de nuestra tierra, fue imposible no recordar algún momento los actos de la universidad en los que los profesores hacían esos característicos discursos repletos de citas de Fulano, Mengano, Perencejo, etcétera. Maña calcada por algunos en nuestra prensa y ciberespacio. Resalta (como siempre) Bolívar por todos lados.

Es agua tibia que no hace falta descubrir: Hemos sido criados y educados en la apología bolivariana. Desde el primer grado, o desde antes, la maestra nos pedía que pintáramos a Simón Bolívar, que era ese señor que aparecía en los billetes y en el cuadro que estaba puesto encima del pizarrón, en el que además estaría escrito, por supuesto, una cita: "Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca" o "Juro por el Dios de mis padres, juro por mi patria ...." y todo lo demás que dijo en el juramento del Monte Sacro, o cualquier otra de las citas que eran, y asumo que aún son, perennemente repetidas.

Pero como un niño de 7 años no es sino eso, la heroicidad transmitida tan cabalmente por la maestra coló en mí como era de esperarse que colara. Aún conserva mi vieja en alguna gaveta el resultado de la asignación del dibujo del Libertador. Lo primero, como siempre hacía, no sé por qué, al fondo tres triángulos verdes sin base. Una montaña enorme. Y luego, el motivo que me pedían. Con la usual impericia artística, ahí lo dibujé: en su caballo blanco, desproporcionados el amo y la bestia, al lado derecho de la hoja con la montaña de fondo. Mis 7 años plasmarían un detalle en la escena. Les acompañarían con sus antifaces rojo, morado, naranja y azul, cuatro bichos verdes: Rafael, Donatello, Miguel Ángel y Leonardo, tortugas ninjas mutantes, mis héroes distintos al de mi instructora. Leonardo, como tenía dos espadas compartiría con Bolívar una de ellas, que sin yo saberlo terminaría replicada en manos de Gadaffi. Como mi maestra era buena nota, me puso un "muy bien" y una calcomanía de estrella, que orgullosamente llevé a mi madre, quien lo confinó en aquella gaveta.

Lamentablemente no todas las interpretaciones han resultado en la emulsión con alguna comiquita. O sí, todas terminan en eso. De cita en cita, de frase en frase, hemos visto pasar como nación a cuanto charlatán ha dicho que gobierna, diciéndonos lo que Bolívar dijo y no dijo y lo que quiso decir. Igual que la maestra. Oraciones de nuestro sacramento; rapsodia de lugares comunes fundamental para cualquiera que desee gobernar. Y es que eso de citar, no sólo a Bolívar, sino a cualquiera, es una maña vana de la que abusamos demasiado, como si con falacias de autoridad se hiciera  un argumento, y entonces es suficiente que lo dicho sea lo dicho por San Agustín, Montesquieu, Marx, Shakespeare, Aristóteles o por supuesto, Simón. Otros son más atrevidos y meten en la baraúnda hasta a Pablo Coelho.

Y traemos esto al trapo porque hoy, quienes dicen gobernar, lo hacen de cita en cita, y de frase en frase, según lo que dicen que dijo un hombre, cuya legitimidad fue rectificada recientemente por el electorado, pero que aparece menos que Virgen de Betania. O sea, no aparece nada. Citas soportadas por todos porque más vale una falacia de autoridad que una realidad contundente, y siendo así la cosa tan de pizarra y de abrir comillas, como una falacia se mata con otra falacia, porque el falaz sólo de ellas entiende, a Maduro y compañía podría citarles a Bolívar: "Llamarse jefe para no serlo es el colmo de la miseria".  Pero no vale la pena caer en lo criticado y probablemente sea mejor dejarles, una gran e ilustre cita de mi tocayo la tortuga: "Kawabonga". No tan falaz; muy comiquita.

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