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Miércoles 13 de febrero 2013

Tiempo de disfraces

Por: María Teresa Romero.
Tiempo de disfraces
Foto: Referencial

Terminó el Carnaval, pero la fiesta en Venezuela continúa frenéticamente. No se trata de Batman, Robin, negritas o El Zorro. Son disfraces con tradición revolucionaria y castrocomunista. Veamos el desfile. Todavía hay tiempo.

El gobierno cubano disfrazado de amigo de Venezuela cuando en realidad es un invasor. Un aspirante a Presidente, ungido por el saliente, disfrazado de estadista cuando en realidad es un designado a dedo. Una moneda disfrazada de bolívar fuerte, cuando es un bolívar tísico irrecuperable y al borde de terminar de perder su valor si acaso tiene alguno. Unas elecciones disfrazadas de libres, sin ventajismo y justas, pero verdaderamente son la mejor máscara de democracia construida por el Gobierno. Un despelote de precios altos con disfraz de inflación controlada, cuando lo que hay es un desborde casi semanal de cambios de etiquetas medianamente aguantado por leyes, amenazas y propaganda. Un gobierno dizque humanista y con carácter frente a los presos y la delincuencia, cuando su verdadera cara es indolente y absolutamente condescendiente con el crimen y el malandraje. Una camarilla que se vende como revolucionarios socialistas, cuando por detrás andan en los mejores carros, los mejores trapos, los mejores negocios y las más grandes cuentas bancarias.

Un discurso nacionalista y defensor de la soberanía es el disfraz de una realidad entreguista y vendepatria que cede recursos, espacios constitucionales y de seguridad nacional al gobierno castrocomunista. Un Estado de Derecho sirve de disfraz a una tramoya de sistema judicial manejada por el propio gobierno con especímenes como el exmagistrado chavista y militar, Eladio Aponte Aponte, cómplices y sapos a la vez de la ruina institucional. Un disfraz de economía fuerte a la cual no le entra ni coquito, esconde a un país con una deuda de más de 220 mil millones de dólares y una moneda que no aceptan más allá de Maicao. Un gran aparato de propaganda oficialista oculta a una nación sin esperanzas, con más pobres que nunca y a la espera de miles de promesas que jamás serán cumplidas.

La careta del inmenso gasto en donaciones externas a países mantenidos taparea a un gobierno forajido, confiscador de bienes ajenos, que no genera ninguna confianza a los inversionistas extranjeros. El ataque constante a la supuesta corrupción de otros, si son opositores mejor, es la máscara de uno de los gobiernos más corruptos de la historia con tribunales ciegos y con sus propios órganos contralores a domicilio. El disfraz de un discurso socialista y justiciero esconde a una camarilla de nuevos ricos que de socialistas ya no les queda sino la pose.

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