En estos días hemos tenido presidente explorador varado en una ciudad del sur argentino a la espera que el tiempo le autorice llegar a la Antártida para una celebración extemporánea de la presencia peruana en esa parte helada del planeta, y el país casi indiferente al hecho ganado por las tensiones de la revocatoria capitalina y los conflictos sociales que están madurando en diversas partes del interior.
Tal vez si no hubiera ocurrido lo de las lluvias en Arequipa, se habría evitado el debate sobre ¿dónde está el presidente?, que ha empezado este lunes cuando se pidió ampliar el permiso para que el mandatario pudiese permanecer en el extranjero por un número mayor de días del originalmente autorizado. Ha sido como que cuatro días después nos estuviéramos dando cuenta que nos faltaba presidente.
Y lo más curioso. Los voceros del gobierno, desde el primer ministro, Juan Jiménez, que suele aburrirse con los debates de la prensa, hasta el conjunto del gabinete y representantes del oficialismo que declaran a los medios, han trasmitido la misma idea de que el presidente los monitorea y dirige desde dónde se encuentra y todos están respondiendo a sus instrucciones. Es decir que casi no se le necesita por aquí.
Cualquiera diría que este es el argumento perfecto para los que dicen que nos movemos en piloto automático y que las cosas siguen una inercia a prueba de balas. Incluso los que se molestan por la ausencia prolongada y el asunto de las prioridades, ponen el acento en el gesto que está faltando de estar presente donde los que sufren y que contrasta con el del mismo presidente de hace unas dos semanas regresando apurado de su Consejo de Ministros Descentralizado por un accidente menor sufrido por su esposa.
No estoy seguro que el presidente Humala vaya a ser afectado por su terquedad de llegar a la base Machu Picchu y por el extraño turismo familiar que armó para este viaje. Todo indica que el apoyo popular de que todavía goza le permite hacer lo que no le perdonarían a otros. Ese es un dato de la coyuntura que lo va a acompañar por los menos hasta marzo, después de lo cual probablemente aprieten Kañaris, Conga, Tía María y otros.
La lógica del poder bajo Ollanta Humala está llena de supuestos sobre que el presidente evita explicaciones incómodas, que lo que importa en esta época es que el piso no se mueva demasiado, que las decisiones no son de él sino de la esposa, que son una linda familia, que la economía sigue creciendo porque todos quieren invertir en el Perú.
Ya se ha visto que esta lógica funciona en escenarios de tranquilidad social o de controversias como la de la revocatoria en las que no participa el gobierno (Con información del diario La Primera).