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Sábado 16 de febrero 2013

Arequipa y la severidad de la naturaleza

Por: Francisco Chirinos Soto
Arequipa y la severidad de la naturaleza
Foto: pcm.gob.pe

Penoso, lamentable y patético lo que ha ocurrido con Arequipa la semana pasada, cuando una lluvia de proporciones casi diluvianas causó muertes y destrucción de bienes materiales por un valor estimable en varios cientos de millones de soles. No puede sostenerse, por cierto, que se trata de un acontecimiento imprevisible, sino más bien todo lo contrario. A lo largo de mi vida he asistido a lluvias de magnitud parecida y, en más de un caso, de consecuencias negativas parecidas o similares.

Ha sido, pues, un hecho de la naturaleza, como un terremoto. Este último igualmente previsible, sobre todo en una región de alta y frecuente incidencia sísmica. A propósito, nada afortunado el comentario de un parlamentario arequipeño, que estableció alguna comparación entre aluvión y terremoto y pretendió explicar el descuido del Presidente Ollanta Humala respecto del hecho, afirmando que en el aluvión no se habían producido “centenares” de muertos.

En definitiva, ha sido un suceso grave, por la pérdida de vidas humanas y por los cuantiosos daños registrados. Preocupante y del todo censurable que el desborde de una torrentera y el ingreso violento de las aguas a un mercado, en el cual ocurrieron las muertes, se haya debido a la negligencia y descuido registrados en una obra pública cercana, que interrumpió el curso de las aguas y generó el fatal embalse.

El duro episodio me trae a la memoria, una vez más, lo que ocurrió en Arequipa a partir de los terremotos de 1958 y 1960. Fue la acción diligente e inmediata de los representantes arequipeños al Congreso la que generó la aprobación, en un mismo día, del proyecto de ley que creó la Junta de Rehabilitación y Desarrollo de Arequipa, ejemplar institución que se hizo cargo de la tarea de restañar las graves heridas que sufrió la ciudad y la provincia. Siendo minoría en el Parlamento, pero contando con el apoyo incondicional de la mayoría pradista de entonces, manejada por Javier Ortiz de Zevallos, se logró la promulgación de la ley por parte del Presidente Manuel Prado en muy pocas horas.

Y fue nombrado Presidente de la Junta el doctor Juan Bustamante de la Fuente, quien emprendió una titánica tarea. A diferencia de Pisco e Ica que, después de varios años de su terremoto, lucen todavía las evidencias del desastre, Arequipa fue restaurada en pocos meses y barrios y distritos enteros que habían caído, se levantaron rápidamente. Otros presidentes, como Humberto Núñez Borja, Emilio Suárez Galdos y Fernando Chaves Belaúnde siguieron la huella dejada por Bustamante de la Fuente y continuaron con la labor portentosa de la Junta de Rehabilitación y Desarrollo.

Estoy seguro que las autoridades actuales seguirán también ese ejemplo y que Arequipa lucirá en poco tiempo totalmente curada de sus males. Serán el tesón de sus líderes y la voluntad del pueblo, los factores que deberán conducir los trabajos hacia realizaciones rápidas y concretas.

Entre los problemas que he podido apreciar en la visita que hice a mi tierra natal al día siguiente del aluvión, figura el enorme congestionamiento vehicular. Arequipa necesita rutas amplias, de las que no dispone en la actualidad. Vías externas de circunvalación que permitan darle fluidez al movimiento de unidades de transporte privadas y públicas. La avenida Venezuela, que era acaso una de las pocas que cumplía una función importante, ha quedado muy maltrecha y debe ser rápidamente reparada. He ahí una tarea inmediata que asumir.

Nota publicada en larazon.pe

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