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Lunes 18 de febrero 2013

Renuncias divinas

Por: Gabriel Guerra Castellanos
Renuncias divinas
Foto: jornalbomdiars.com.br
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El anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI, quien pronto volverá a ser llamado Joseph Ratzinger, sacudió a la Iglesia Católica por inesperado y por la falta de experiencia reciente en este tipo de asuntos. Y es que, como ya se ha repetido muchas veces, es la primera vez en 598 años que un Papa en funciones dimite a su cargo.

Las sospechas y especulaciones no se hicieron esperar. Como toda estructura jerárquica secretista, la del Vaticano tiene que tolerar los rumores a cambio de mantener el hermetismo acerca del manejo de los asuntos del poder eclesiástico. Si bien se dan excepciones, como el mayordomo que filtró información confidencial, la Iglesia Católica mantiene un férreo control sobre la información interna, con el costo ya mencionado de que toda teoría e hipótesis, por absurda que sea, encuentra eco en algún lado.

Una entidad que ronda los dos milenios y que se tardó varios siglos en formalizar sus mecanismos internos de sucesión y de selección de su máximo líder espiritual, la Iglesia Católica no ha visto muchas renuncias. De ellas, las dos primeras se dan en circunstancias por demás obscuras y lejanas, por allá del Siglo II y III, las de Clemente I y de Ponciano, respectivamente. Obscuras porque la institución misma del catolicismo era aun muy frágil e indefinida: más que una Iglesia era un grupo de creyentes devotos y dedicados, que sufrían persecuciones y discriminación. Seguramente no tenían una estructura formal de mando, ya por falta de recursos o como una estrategia de supervivencia para no delatar a sus dirigentes ante sus enemigos.

Después de eso, pasan los siglos y la dirección de los cada vez más numerosos católicos del mundo va recayendo en distintos personajes, generalmente de Roma, que por lo general son electos por aclamación de las masas. No es hasta por ahí del siglo XII que la Iglesia establece mecanismos más formales de elección, lo cual no garantizó que estos fueran tersos. Hay una larga y nunca oficialmente confirmada lista de Pontífices que debieron retirarse. Revueltas, sobornos, enfermedades, compra y venta del supremo cargo, todo está registrado por historiadores, pero casi nunca por la Iglesia católica.

La más reciente dimisión, la de Gregorio XII, se da en 1515 en circunstancias que ilustran las complejidades de la época: con tres papas (o anti Papas, según la versión de cada uno) ostentando el título tras el gran cisma de la Iglesia europea, Gregorio optó por retirarse con tal de poner fin a las divisiones y asegurar una sucesión tranquila, ordenada y, sobre todo, unificada.

La dimisión ahora de Benedicto XVI debe analizarse en tres vertientes: la decisión personal, personalísima, de un hombre que conoce sus límites: los de su mente, los de su cuerpo, y que actúa en consecuencia y con antelación.

La segunda se refiere al análisis serio y cuidadoso de la gestión de Benedicto XVI, de quien mucho se dijo sobre méritos que no son suyos y hartas culpas que le son ajenas.

Finalmente, hay que pensar en lo que el sucesor de Benedicto XVI enfrentará. Una iglesia con más de mil 200 millones de fieles, pero con profundas divisiones, además de la cada vez más agresiva competencia de otras alternativas, unas muy nuevas, otras añejas, para quienes buscan la manera de conciliar sus creencias con la modernidad o, por el contrario, para quienes quisieran encontrar refugio en el pasado.

Ya tendremos tiempo de ocuparnos de estas tres grandes preguntas. Por lo pronto, el próximo fin de semana escucharemos por última vez el sermón de este Papa que vino de Alemania y ha elegido reposar en vida en Roma.

 *Internacionalista

Nota publicada en eluniversalmas.com.mx

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