”Recuerdo que en un deslumbrante amanecer estival sobre el Volga anchuroso, lo vi todo así con aureolas de espectro. Y aunque mirajes tales no sean frecuentes en otras latitudes, convengamos en que siempre las auroras transfiguran, tiñen y nimban fantásticamente la visión de las cosas”
Víctor Raúl Haya de la Torre
De mi recargada agenda me apena no poder leer todo lo que quisiera a Haya de la Torre por quien profeso una profunda admiración. Pero en enero hallé tiempo para disfrutar de una deliciosa compilación de sus relatos de los viajes que realizó por América y Europa. Esta se titula Nuestra América y el Mundo, y fue publicada en 1961.
En Nuestra América…, Haya nos describe los glaciares del mar del norte y la aurora boreal danesa pero en las entrelíneas de sus gráciles apuntes geográficos se atisba un político dejándonos pistas de su pensamiento. Quizá la idea fuerza que nos entrega Víctor Raúl es que su doctrina no se expresó en un conjunto de dogmas inamovibles, más sí en un depurado modelo de análisis de la sociedad, que se construye sobre la base de conceptos teóricos que sólo funcionan cuando actúan en conjunto.
Su punto de partida es el marxismo. Marx dividió la historia de la Humanidad en modos de producción, en orden, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el comunismo. Lenin, a su turno, añadió el imperialismo como etapa final del capitalismo. Haya, por su parte, le dio una mirada latinoamericana al desarrollo histórico marxista y apuntó que en nuestro continente el imperialismo era la primera etapa del capitalismo porque aquel era la manera como éste se presentaba en nuestra realidad.
Entonces ya poco le faltaba para alcanzar la tesis del espacio-tiempo histórico. En ella concreta su idea de que los tiempos históricos no son los mismos en los diferentes escenarios geográficos del planeta, a pesar de la simultaneidad del tiempo cronológico. Por ello sostiene que políticas que funcionan en Europa podrían no hacerlo en América Latina. Subyace bajo estos planteamientos la dialéctica hegeliana, que Marx aplicó a su idea de que el cambio en la historia lo impulsa la lucha de clases. Haya recurrió a la dialéctica de manera menos dogmática y dedujo que cualquier sistema debía encontrar su negación y ser superado, incluido el comunismo.
En tiempos de utopías deterministas y grandes “verdades teóricas”, Haya se adelantó a la crisis de las ideologías y pensaba que la teoría debía adaptarse a la realidad y no al contrario. Creía que el hombre no podía controlar las fuerzas que ocasionan el cambio social, ni predecir su dirección. Por ello debía adecuarse permanentemente a revoluciones espontáneas e inesperadas.
Al concluir nuestra lectura, nos quedó la sensación de que los relatos de Haya, separados unos de otros por largo tiempo, nos enfrentan al mismo investigador aplicando sus instrumentos de análisis a realidades diferentes. En 1924, Haya nos describe la joven URSS. Su reflexión atisba la teoría que modelará con el paso del tiempo: “es menester analizar las diferencias reales y las analogías aparentes”.
En 1960, en la madurez de su pensamiento, aplicará a la polémica entre Moscú y Pekín la versión más depurada de su aparato conceptual. Ante la insistencia pekinesa de iniciar una guerra internacional contra el imperialismo, inevitable según Lenin, Nikita Kruschev declaró que no había que seguir a Lenin al pie de la letra, lo que remeció al mundo socialista. Haya comentó entonces, acertadamente, que Kruschev “no ha hecho sino aplicar a su política el principio dialéctico de la negación marxista, según el cual no hay verdades definitivas capaces de sujetar a un prefijado itinerario el acaecer histórico (…) esta ley no excluye ni al marxismo, ni al leninismo”. Cincuentaitrés años nos separan hoy del día en que Víctor Raúl escribió estas palabras, y veintitrés de la caída del mundo socialista que validó su tesis sobre la imposibilidad de sujetar la historia a derroteros deterministas.
La Indoamérica actual pareciera distinta de la que conoció Haya de la Torre. Pero despejado el haz de luz de la aurora noventera, subsiste un continente tecnológicamente atrasado e incapaz de transformar su matriz productiva para enfrentar competitivamente al primer mundo. Así pues, nuestro espacio-tiempo histórico se adviene aún a las constantes del pensamiento de Haya que siempre acompañaron su teoría del cambio: la justicia social y la izquierda democrática, la necesidad de obtener del imperialismo los capitales y tecnología para desarrollarnos, y de constituirnos en foros multilaterales y mercados comunes para ser más competitivos.
A 118 años de su nacimiento, es imprescindible despolitizar a Haya para instalarlo en la acogedora estancia de la historia. Allí podremos otorgarle el lugar que mezquinamente le seguimos negando: el del gran filósofo-político latinoamericano del siglo XX.