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Jueves 21 de febrero 2013

El Papa, la política y la politiquería

Por: Agustín Basave
El Papa, la política y la politiquería
Foto: diaadia.com.ar

Siempre he dicho que el lector tiene derecho a conocer los aspectos de la hoja de vida de un articulista que pueden sesgar su análisis. Por eso, aunque se escandalicen los jacobinos, empiezo por manifestar lo siguiente: 1) mi padre, filósofo cristiano de fe pétrea y honda erudición, me enseñó en mi infancia y adolescencia a ser católico más allá del ritual; 2) la vida me hizo agnóstico en mi juventud y la misma vida me devolvió la religiosidad en mi madurez; 3) hoy profeso un catolicismo heterodoxo y crítico y me identifico con la corriente que sostiene que el cristianismo implica un gran compromiso social, esa en la que ubico a los jesuitas y a laicos mexicanos como Javier Sicilia. Aclaradas las cosas, procedo a ofrecer mi opinión sobre la renuncia del Papa.

La Iglesia, como toda organización formada por seres humanos y dotada de poder terrenal, es receptáculo de corrupción. Los escándalos de abusos sexuales y de encubrimiento a los curas que los cometieron son sólo el capítulo más reciente en el libro de los hombres —y uso la palabra deliberadamente en su connotación de género— que traicionan a Dios. Joseph Ratzinger fue electo en los momentos en que se destapaba la cloaca de la pederastia clerical, a la que se había asomado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pese a que desde el inicio de su Papado castigó a uno de los principales símbolos de ese abominable vicio e intervino a la Orden que fundó, la Legión de Cristo, ahora se le acusa de lenidad. Me parece injusto. Es verdad que las acciones de Benedicto XVI fueron insuficientes, pero nadie puede regatearle el mérito de haber reconocido públicamente esos errores y haber tomado medidas correctivas que afectaron a grupos poderosos.

En cualquier pirámide organizacional hay intereses creados que a lo largo del tiempo generan mecanismos de autoprotección. La Curia Romana no es la excepción: la resistencia al cambio de una parte de sus miembros es obvia. Ratzinger dista mucho de ser un progresista que atente contra la ortodoxia, pero sí ha puesto en guardia a aquellos que no aceptan perder privilegios y sujetarse a la rendición de cuentas. Coincido con lo escrito hace un par de años por Rubén Aguilar en Nexos: se trata de un teólogo conservador, inquisidor si se quiere, pero no de un hombre deshonesto. Las referencias que como Cardenal hizo a la “suciedad de la Iglesia” y las críticas que como Sumo Pontífice le enderezó a la jerarquía eclesiástica en relación a sus “desviaciones” y a su “hipocresía” provocaron irritación en el establishment del Vaticano, y todo indica que la filtración de documentos a la prensa fue un síntoma de ello. He aquí el meollo del asunto: en su lucha contra la inmoralidad, Benedicto se enfrentó a personas que tienen menos escrúpulos y más artimañas que él. Y es que en cierto modo ha sido, como citó Jean Meyer en estas páginas, “un Papa rodeado por lobos”. Por eso creo que su dimisión presupone el reconocimiento del enorme desgaste sufrido por un brillante intelectual que probablemente carece de la astucia y del estómago para derrotar a esos “lobos”.

Estoy convencido de que la Iglesia, sobre todo en tiempos de crisis, necesita un Papa profundamente espiritual y al mismo tiempo extraordinariamente sagaz. Su trabajo no es únicamente teológico y pastoral, es también político en el mejor sentido de la palabra: adquirir y ejercer el poder para contrarrestar la politiquería y hacer el bien. Dicho sea de paso, esas encarnaciones de un alma de apóstol y una mente de ajedrecista son las que subliman la historia. Muy pocos logran esa simbiosis, ciertamente, porque lo más fácil es optar por los extremos: o mantenerse impoluto viendo los toros desde la barrera o meterse a torear sin más artes que la marrullería. Pero ahí están notabilísimas excepciones como Lincoln, Gandhi o Mandela, líderes que lograron compaginar ética y pragmatismo, idealismo y eficacia.

Hay quienes ven en la Iglesia católica sólo a Marcial Maciel y a los Borgia. Yo no cierro los ojos ante ese tipo de personajes, pero igual los abro ante San Francisco de Asís y Juan XXIII. Hago votos por que el sucesor de Benedicto XVI tenga el propósito de iniciar el aggiornamento que el catolicismo necesita en temas como la anticoncepción, la ordenación de mujeres y la opcionalidad del celibato, pero si eso es mucho pedir espero que al menos comparta con su predecesor la voluntad de limpiar la estructura burocrática que a menudo desvirtúa su misión, y que posea además la capacidad para imponerse sobre quienes se encargan de obstaculizarla. Son menos los corruptos que la gente buena —sacerdotes, monjas, misioneros y millones de creyentes que depositan su confianza en quien ha de ser su guía. Con perspicacia, con habilidad, el próximo Papa podría crear las condiciones para expulsar del templo a los mercaderes disfrazados de clérigos que se empeñan en solazarse en las perversiones del materialismo. Sólo así dejarán de reverberar entre nosotros las palabras del Mahatma: me gusta su Cristo pero no me gustan ustedes los cristianos.

 *Académico de la Universidad Iberoamericana

Nota publicada en eluniversalmas.com.mx

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