Venezuela tuvo una de las mejores actuaciones monetarias de todo el mundo. Sin ánimo de describir la historia, que requiere precisión, podemos decir que hasta el año 1961 Venezuela mantuvo una paridad con respecto al dólar norteamericano de tres bolívares con treinta y cinco céntimos. Dicho cambio había sido una constante desde 1938 y existía un llamado dólar petrolero que se cotizaba inalterablemente a tres bolívares con nueve céntimos.
A principios de ese año 1961, durante el gobierno de Rómulo Betancourt, debido a los primeros indicios de problemas fiscales, se realizó una devaluación de 34,3% cuando se llevó el cambio a cuatro bolívares con cincuenta céntimos. El cambio de la paridad vino acompañado de un hecho singular. Las monedas de uno, dos y cinco bolívares y las fraccionarias de un real (50 céntimos) y un medio (25 céntimos), que hasta entonces eran de una fina aleación de plata .900 se sustituyeron por similares de níquel. Ya se comenzaba en el mundo, la traición a los acuerdos de Bretton Woods.
Durante el primer mandato del doctor Rafael Caldera (1969-74), como un reflejo de su personalidad, se realizaron dos revaluaciones de diez céntimos de bolívar cada una, equivalentes a 2,22% y 2,27% cada una de ellas. Con ello el bolívar tuvo hasta el viernes negro, 18 de febrero de 1983, un precio constante de cuatro bolívares con treinta céntimos.
El gobierno de Luis Herrera Campíns, motivado por la disminución de las exportaciones petroleras y por la crisis de la deuda latinoamericana se vio precisado a llevar adelante la corrección monetaria de febrero de 1983.
Nos iniciaron y engancharon en el desdichado y aborrecible vicio de la devaluación monetaria.
A partir de entonces y pasando por situaciones distintas de libertad y de control de cambios, pero siempre presente la corrupción de los organismos de control (sic), la tasa cambio se ha despeñado desde aquel 4,30 hasta el equivalente actual de 6.300 bolívares de aquellos por cada dólar norteamericano, es decir 1.465%. Se dice fácil, es muy duro.
La tasa de cambio de una moneda nacional es el precio de ella ante la comunidad internacional. Su valor depende de los bienes y servicios que produce y comercia el país y por lo tanto, tiene mucho que ver con la condición que pueda tener el país entre los extremos de ser un país importador de bienes y servicios o por el contrario, un país que comercia los bienes y servicios producidos por sus nacionales y que consumen en otras naciones.
Este régimen que nos destruye, entre sus acciones, ha logrado que una parte importante del reducido producto de la extracción del petróleo sirva para venderlo a precio muy disminuido a los países amigos. Otra parte se ha hipotecado a los chinos para saldar cuentas que nadie conoce y una fracción, que apenas se acerca a un millón de barriles de petróleo, se la vendamos a EEUU a un precio internacional y lo más importante, cancelado oportunamente.
Como sustraendo de esas operaciones y gracias a los accidentes sufridos en la industria petrolera, nos vemos en la imperiosa necesidad de importar más de ciento diez mil barriles de gasolina cada día, para completar el consumo nacional. Las importaciones las pagamos a su valor internacional y la gasolina la regalamos a menos de 1,6 centavos de dólar por litro de gasolina. Como referencia indicaremos que ese combustible en EEUU vale un dólar el litro y en Europa cuesta un cincuenta por ciento adicional.
El desorden contable de Venezuela hace impensable la evaluación de la situación financiera nacional. Pdvsa, el Banco Central de Venezuela y los llamados fondos que se administran desde Miraflores como si fueran bodegas, impiden que alguien pueda saber nuestra realidad financiera y fiscal. Venezuela, hoy, es "inauditable".
Dicen los estudiosos de la economía que el paso dado de la devaluación carnavalesca, es insuficiente. La consecuencia más probable es un espantoso desabastecimiento. El despilfarro, la destrucción del aparato productivo nacional y el desorden que se ha adelantado en un endeudamiento voraz, presagian que los peores tiempos están por venir. Requerimos de un cambio de rumbo. ¿Quién le pone el cascabel al gato? O lo hacemos todos o nos fregamos.