Humberto Lay es, sin duda, uno de los pocos peruanos que prestigia la política nacional. Irrumpió en ella en las elecciones presidenciales y municipales del 2006 con su partido Restauración Nacional. En ambos procesos ganó un espacio importante. En el 2011 ganó una curul con Alianza por el Gran Cambio.
En el Congreso fue elegido, por unanimidad, para presidir la Comisión de Ética. En dicho encargo Lay ha demostrado firmeza e independencia a pesar de críticas y presiones. Si algo de prestigio le queda al Congreso, ha sido, en buena cuenta, por la labor de un puñado de congresistas dentro de los cuales Lay se ha ganado un lugar.
Lay no es un hombre de discursos. No es el líder que avasalla. No tiene una personalidad arrolladora. En lugar de ello, don Humberto es –más bien– sereno, imperturbable, reflexivo pero franco.
A mitad de semana Humberto Lay hizo noticia porque su Partido emitió un comunicado (http://www.baella.com/blog/?p=2615) apoyando el Sí a la revocatoria: “hemos llegado a la conclusión que la gestión de la actual administración muestra un balance francamente deficitario, cuya principal responsabilidad recae sobre la Sra. Susana Villarán como su máxima autoridad política y administrativa”.
El comunicado hace referencia a tres hechos que, en opinión de Restauración Nacional, fueron determinantes en su análisis: el falso ofrecimiento del malecón en la Playa Barlovento, la inexistencia de las 1,200 escaleras y el último incidente con las unidades de serenazgo que sirvieron para un show mediático, que ha traído la salida de Gabriel Prado y la apertura de una investigación en la Fiscalía Penal contra Villarán de la Puente. La conclusión principal para la definición política de Lay y su partido es bien sencilla: “falta de veracidad mostrada repetidamente”.
El apoyo de Lay al SÍ tiene, moralmente, un enorme peso en un segmento importante de votantes evangélicos y no evangélicos; y puede ser determinante en la formación del rostro del Sí.
Pero lo que llama la atención es que, a la incapacidad en la administración edil de nuestra alcaldesa –cosa en la que hay casi unanimidad inclusive entre quienes apoyan su permanencia en el cargo– se suma ahora la mentira como otra característica sobre la que comienza a generarse consenso.
Quien es funcionario público no puede mentir ni debe apañar la mentira. La gente se da cuenta y rechaza al que quiere venderle gato por liebre. Lay lo sabe bien y ha puesto el dedo sobre la llaga para marcar un deslinde que nos recomienda a todos hacer. Quien maneja dineros públicos puede ser hasta incapaz –y cada uno verá si acepta o no esa condición– pero no puede tener a la mentira como una forma de conducta pública. Eso es inaceptable (Con información del diario Expreso).