Pueden inventar miles de cuentos chinos o tomar ejemplo de los persas en eso de ejecutar acciones en las mil y una noches bajo la capa del misterio y el truco, pero un hombre tan grave por la enfermedad, casi obligado a fuerza de medicamentos a llevar a cabo una intensa campaña electoral, a la que tuvo que aplicar el acelerador contra un contrincante que comenzó moviéndole el piso, que fue obligado a superarse a sí mismo para ganar su reelección y la continuidad de su mandato a sabiendas que no podía ejercer un nuevo período constitucional, que inmediatamente de haber conseguido el triunfo fue aislado por casi 2 meses en esa especie de fortín militar impenetrable que es Cuba, para luego ser trasladado misteriosamente a un hospital militar del país bajo el anuncio que será juramentado en privado y ver como sus subalternos se prestan a la simulación y el engaño ahora que sufre los embates de la insuficiencia respiratoria, no es necrofílico, es carente de toda gota de piedad, humanidad y compasión por parte de quienes se hacen llamar sus adeptos.
La revolución es como una gran máquina devoradora capaz de tragarse a sus mejores hombres de ser necesario.
Es un sistema voraz que no duerme, al que no tiene acceso ningún venezolano que no pertenezca a ese sector inconfundible de su anillos de poder, un buró que no permite asomados como Evo o cualquier otro jefe de Estado, mucho menos el resto de los mortales que sólo pueden optar por quedarse afuera haciendo bulto, porque si la presencia de Chávez y su estado de salud es un secreto, imagínense acceder a ese buró que mantiene secuestrado el poder desde Cuba.
Cambia de guión a diario traspolando la imagen del líder y su sustituto mientras se intensifica la incertidumbre, utiliza al máximo la devoción religiosa de los seguidores del mito, mantiene en vilo para la acción y listo para declarar o sellar lo que se tenga que oficializar a todos los organismos del Estado, suelta las bombitas de la devaluación y el nuevo control cambiario como si se tratara de un proceso involuntario y automático del cuerpo humano, esconde bajo la alfombra los vestigios de desastre que se vienen acumulando con tal de alargar los capítulos de este barranco y aún así pretenden salirse con la suya.
Estamos en un país en el que nadie sabe nada y todo se especula, porque nadie dice la verdad y todo se disimula. Preservar el sistema que intenta llegar a convertirse en un modelo de potencia socialista y hegemónica en lo político y en lo económico para la geopolítica de las Américas, tiene un costo aún inimaginable y es mucho más importante que la vida del hombre que la soñó, y que ha sido convertido en el secreto mejor guardado del Caribe, mientras el resto de los mortales simulamos que nada ocurre.
El país se cae a pedazos pero nadie corre. El Gobierno impacta con una negada devaluación anunciada, pero nadie deja de ir a la playa en carnaval. Al otro día después del asueto fue que supimos que no pudo ocurrir nada mejor que el anuncio de tan áspera medida, para darle un parao a esos especuladores que aparentemente son enemigos y quieren hacerle daño a la economía venezolana, pero son los mismos que terminaron beneficiados como nadie más porque tienen acceso a la divisa y a los secretos y buenos chismes de Estado. Burla y disimulo.
Ahora vienen la gasolina y el IVA, porque la devaluación no dio abasto para capitalizar las arcas del gasto público. El IVA es un adefesio neoliberal que atraca el esfuerzo y el trabajo de la gente, pero la maquinaria para hacer una patria nueva y sostener regímenes improductivos en otras latitudes es muy devoradora y necesita no sólo de la riqueza sino del esfuerzo de todos los que gustan de simular la normalidad de la situación.
Con la gasolina es preferible que nos quitemos la máscara de la indignación y debatamos abiertamente su aumento antes que los invasores lo hagan por nosotros a puerta cerrada y te tomen desprevenido antes de semana santa cargando con tu nueva cruz.
Por lo general quienes simulan mayor molestia e indignación por un incremento del combustible son los mismos que pagan 100 veces por el valor de un litro de bebida gaseosa, ya que es el más regresivo de todos los subsidios. Financia sólo al 20 por ciento de los venezolanos que tenemos vehículos y que podemos pagar, digamos, un aumento de hasta 6 bolívares más por llenar un tanque, mientras el parque automotor del transporte público compite con lo más rancio del tercer mundo.