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Miércoles 27 de febrero 2013

Ha renunciado

Por: Juan J. Mora Valladares
Ha renunciado
Foto: guardian.co.uk

Una vez que el Santo Padre Benedicto XVI, el once de febrero del presente año, presentara su renuncia ante el consistorio que había convocado en El Vaticano, se han desatado todos los demonios. Los extremos de un mismo mal se han unido reclamando su cuota de legitimidad dentro del mundo de la Iglesia, desde los que trataron de desprestigiar al Sumo Pontífice endosándole los abominables casos de pederastia, pasando por quienes la teología de la liberación la convirtieron en slogan de la lucha armada marxista en Latinoamérica, la legitimación de los matrimonios homosexuales, la manipulación de la vida humana, hasta las filtraciones del caso wikileaks. La mayoría de estos grupos, unos dentro y otros fuera de la Iglesia, bajo la cúpula llamada progresista.

Lo primero que hay que aclarar es que la Iglesia, por lo menos en lo que a su rama de consagrados se refiere, no es, o no debe ser ni progresista, ni retrograda; la Iglesia simplemente es depositaria de la fe revelada por Cristo y tiene el mandato indelegable de trasmitirla lo más fielmente posible según las Escrituras y la tradición, a la humanidad y los católicos en particular a través de la historia.

Hoy en día se pretende hacer de la Iglesia, una a la medida de cada una de nuestras flaquezas, una Iglesia acomodaticia a nuestros gustos. Si esto fuese así, habría que satisfacer millones de gustos y necesidades distintas, desfigurando el Evangelio y por ende la palabra de Dios.

Con bastante frecuencia se incurre en el error de ver y evaluar la institución de la Iglesia como cualquier otra institución terrena, llámese el gobierno de un país, un partido político, una ONG, etc., sin entender a cabalidad que su mayor compromiso no es con lo temporal, pero con lo eterno, la salvación de las almas. Y es precisamente en esa búsqueda de la salvación espiritual, que el hombre debe sufrir un proceso de transformación, y tocado por el Dios Amor, cambiar su corazón de piedra, por uno de carne, más humano, en donde las virtudes de la generosidad, el servicio, y la caridad se manifiesten en su vida ordinaria. Asímismo se obvia, que Iglesia somos todos, consagrados y laicos; y son los laicos (mayoritariamente en la Iglesia) los que precisamente están llamados a anunciar la buena nueva del Señor con un accionar coherente con su fe y las circunstancias cotidianas, en el ámbito de lo público y privado.

Me pregunto, ¿qué quiere el mundo?, acaso los seres humanos tenemos que esperar las cercanías del precipicio de la muerte o los holocaustos de la naturaleza para reconocer que tenemos alma, que somos frágiles y que necesitamos de guías espirituales. En esas circunstancias que nos presenta la vida, no propiamente obtenemos la mejor orientación y consuelo de un CEO de una gran empresa, ni del político de turno, ni de los profesionales que supuestamente curan el cuerpo, pero no el alma. Necesitamos de hombres santos, humildes y sabios. Benedicto XVI era uno de ellos. Estuvo en medio de nosotros y no lo supimos valorar. El Santo Padre carga con la inmensa cruz sobre sus hombros de los pecados de la Iglesia, como un padre de familia con vergüenza carga sobre su conciencia con las faltas de sus hijos.

Entre luces y sombras continuara esta iglesia milenaria que me ha permitido ver el rostro del Dios Amor aquí, ya en la tierra; me ha enseñado ser más humano y menos animal; y de la que me siento orgulloso de ser uno de sus miembros.

Como la fe católica es una de esperanza, y Jesús dijo, "sobre esta piedra edificare mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16,18); recemos y hagamos durante esta cuaresma penitencia intensamente, para que El Espíritu Santo obre sobre el colegio cardenalicio y tengamos un nuevo pastor que se preocupe por el alma de la humanidad y además de por su cuerpo.

Nota publicada en eluniversal.com

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