La prisión del legendario Huber Matos caracterizada por agravios y "tortura controlada", más que un castigo por objetar el rumbo que se vislumbraba en Cuba hacia el comunismo, lo cual comunicara a Fidel en carta privada, encarnó un símbolo de escarmiento necesario para quienes osaren oponerse a la voluntad del líder. En otras palabras: "vean lo que le sucede a los enemigos de la revolución". Ciertamente Simonovis está muy lejos de figurar como belicoso insurrecto como lo era Huber Matos en su momento; sin embargo ensambla cabalmente con los requerimientos de regímenes autocráticos que urgen de presos notorios para exhibirlos como pérfidos. Simonovis no es otra cosa que un preso político. El cúmulo de enfermedades que padece es irrelevante para sus carceleros como también lo es que haya intentado proteger a la multitud indicándole que se inhibiera de marchar hacia el Palacio de Miraflores (2002). Hay que mantenerlo preso durante 30 años como símbolo "aleccionador" para quienes osen disentir de los designios envolventes del líder.
La analogía entre los casos Matos y Simonovis, no por su origen sino por lo notorio, refleja perfectamente a lo que sucede con los presos políticos en Venezuela. Durante un mitin en La Habana Fidel preguntó, al estilo Pilatos, por la suerte de Matos a lo que la multitud respondía ¡paredón, paredón! Más tarde Castro convocó una junta de gobierno para definir la suerte del "traidor". El despiadado Che y el mediocre Raúl favorecían efusivamente la ejecución mientras los tres ministros que la cuestionaban fueron suplidos de inmediato por "no ser incondicionales". Al final, Fidel decidió contra la ejecución bajo el argumento de no convertirlo en mártir. Entonces fue condenado en 1959 a 20 años de prisión por "traición y sedición" los cuales cumplió en un penal irónicamente denominado "La Isla de la Juventud".
Hoy el Che es monumento legendario; Raúl, presidente y Huber en el exilio. Acá, los captados disparándole a "alguien" fueron exonerados, condecorados, premiados con cargos públicos y declarados héroes nacionales. Puente Llaguno, desde donde los guapetones creaban sus gestas heroicas, ha sido declarado Monumento de la Revolución mientras el comisario Simonovis que intentó proteger a la multitud ha sido condenado a 30 años de prisión. Así funcionan las autocracias.
Lo mismo ocurre con la Juez Afiuni. El caso concierta perfectamente con la conducta intimidante del régimen. Primero, por mujer y segundo por juez. La sentencia que la condenó a 30 años de prisión, muy al estilo Fidel, provino del líder en cadena nacional. La legalidad o no de las incidencias jurídicas no son asuntos a considerar por esta revolución baladí e inhumana. Lo importante es proyectar que existe y que puede ser cruel. La retención de Afiuni sin dictarle cargos no obstante transcurrido por mucho el lapso estipulado por ley, "la tortura controlada" sufrida en el asignado gueto penitenciario, el sufrimiento por el avance de la enfermedad que padece, la violación de que fuera víctima dentro del penal, la condena de 6 meses de prisión a uno de los abogados defensores, no dejan duda sobre ese modo privativo de ejercer la ley y de cómo será el futuro de aquellos que difieren del régimen.
En ese escenario es medular para el Gobierno inventar conspiraciones aunque no existan conspiradores. En todo caso habría que forjarlos sin importar que no se vean ni se sientan. ¿Cuál conspiración? Por el contrario, el pueblo nunca como ahora ha estado tan aletargado esperando que las cosas se resuelvan bajo la ilusión del milagro que llegará por generación espontánea. La manipulación es el principal instrumento de control social del régimen. La coherencia y el esmero de los oficialistas por las técnicas de manipuleo tienen prioridad sobre cualquier carga inherente al Estado como por ejemplo el costo de la vida. La institucionalidad y la ley son parámetros capitalistas del pasado que no aplican para esta revolución bonita.