Hugo Chávez fue el primer caudillo popular que surgió luego la caída del Muro de Berlín, del hundimiento de la Unión Soviética y del fin de la guerra fría. Su aparición fue una novedad en una región en la que líderes de los que aprendió –Juan Perón, Getulio Vargas, Haya de la Torre, Paz Estenssoro– respondían a una lógica política distinta, de un mundo bipolar todavía conmovido por la Segunda Guerra Mundial. Estos fueron líderes “terceristas” que ensayaron una experiencia política rechazando las dos hegemonías, la norteamericana, que combatió sus liderazgos, y la soviética. Ese modelo que buscaba la autonomía nacional caminando por un angosto camino sobre el desfiladero, tuvieron una fuerte impronta nacional y un programa de reivindicaciones sociales muy amplia.
El peronismo fue, en ese sentido, el movimiento popular que tuvo un más fuerte contenido de inclusión pero, además, de progreso social, de organización sindical y de ruptura con estructuras políticas que eran incapaces de expresar los nuevos tiempos políticos. La redistribución de la riqueza que intentó Perón, con su particular visión, se asentó también en años de bonanza de la posguerra en la Argentina. La izquierda argentina, en su mayoría, combatió a Perón y éste persiguió a sus dirigentes.
El autoritarismo y el personalismo fueron rasgos notorios, como también la fractura que dividió a la sociedad durante muchos años. Hoy se ha recreado la fractura, pero es de otro tipo.
Chávez apareció en otro momento histórico y su populismo se asentó en la renta petrolera. Su prédica antiimperialista no le impidió seguir haciendo negocios con EE.UU., aunque Washington siempre rechazó su prédica en la región.
El líder venezolano avanzó sobre una democracia “directa”, su contacto personal sin intermediarios, eliminando cualquier sistema de alternancias y contrapesos de la democracia tradicional. Así, su política social –que sacó a millones de venezolanos de la pobreza– apareció como más importante que cualquier consideración institucional. Este es un rasgo que se replica en otros países, abonando la idea que la democracia se asienta sólo en el sufragio y que, así, la misión del líder no puede tener límites temporales. Chávez quería estar en el poder mucho tiempo porque, se afirmaba, sólo así se podría cambiar de raíz la matriz del poder. Palabras parecidas se escuchan aquí en despachos cercanos al de Cristina. Y Kirchner se imaginaba en el poder hasta el 2020.
La ponderación de Chávez no debe sólo apuntar a sus déficit sino al significado de su liderazgo en su país y la región.
Tampoco hay que perder de vista que su “socialismo del siglo XXI” no ha modificado la estructura de Venezuela: sigue dependiendo de la renta del petróleo.
Aquí, salvando las distancias, de la soja.
(*) Artículo publicado en el portal del diario argentino Clarín (8 de marzo de 2013)