¿Por qué es necesario ser competitivos?

Guillermo Vidalón del Pino, autor de estas líneas

En primer lugar, la competitividad es necesaria en términos sociales porque empodera a las personas y las hace cada vez más productivas; por consiguiente; la retribución obtenida por esa mayor productividad genera relaciones de intercambio económico más favorables.
 
De esta manera, asumimos que la competitividad también tiene, además de la implicancia social, una expresión económica y, en adición, una política, porque afrontar el desafío y la oportunidad que representa la competitividad comporta (conlleva?) una decisión del colectivo social, el cual debe estar dispuesto a asumir el reto en la seguridad de que saldrá victorioso de esta contienda permanente por alcanzar mayores niveles de bienestar y desarrollo.
 
La competitividad es importante porque interrelaciona a las personas y las hace reconocer quien destaca en tal o cual producto o servicio que desea poner a consideración del consumidor, sea en el ámbito local, nacional o, inclusive, en el internacional.
 
La competitividad en términos individuales facilita el entendimiento y comprensión frente a la propuesta de uno con relación al otro o de uno con relación a la autoridad, o de uno respecto de una persona jurídica, o la relación multi-actores.
 
¿Qué se necesita para que la competitividad fluya en nuestra sociedad?
Reforzar nuestro sistema educativo. Si la educación está orientada a alcanzar logros en función al valor colaboración, los jóvenes se verán motivados a hallar soluciones o puntos de encuentro inclusive a partir de la discrepancia.
 
Si siquiera alguno de los acontecimientos de nuestra historia más reciente se evaluara de manera contra-fáctica, es decir contrario a lo que efectivamente sucedió, acostumbraríamos a nuestros jóvenes a reflexionar sobre las oportunidades perdidas, además de enseñarles que el camino que decidieron seguir algunos peruanos no fue el más adecuado.
 
Por ejemplo, ¿qué hubiese significado para el país que los grupos subversivos de la década del ’80 y principios de los ’90 no hubiesen existido? Pues no se hubiese ocasionado la pérdida de miles de personas, tampoco las pérdidas materiales estimadas en 30 mil millones de dólares; en consecuencia, el déficit de infraestructura sería menor.  Si se hubiese privilegiado una educación colaborativa en lugar de la confrontación, nuestro nivel de competitividad, solo en términos de infraestructura, hubiese apuntalado aún más el desarrollo, y la pobreza y pobreza extrema habrían disminuido mucho más.
 
Una educación repetitiva y memorística condiciona a las personas a tener actitudes rutinarias, por lo tanto no se cuestiona lo existente para plantear una mejora, sino se tiende a pensar que las cosas son estancas y no dinámicas; por ende, hay que arrebatarle las cosas a quien las tiene en lugar de proponernos cómo acrecentar la “torta”, es decir, incrementar nuestros niveles de productividad.
 
Cuando a los estudiantes se les impone evaluaciones con una única respuesta en vez de proponer opciones, se les educa indirectamente en que existe un único punto de vista “valedero”; subsecuentemente, después de once años en el sistema educativo, lo que ha interiorizado es: “aquello que propone el otro no vale”, ergo, “debe ser excluido, desechado, marginado y, en el extremo, eliminado.”
 
Existen países con niveles de pobreza mucho mayores que el nuestro, países que no han conseguido logros como los que podemos exhibir en la actualidad; sin embargo, son muy pocas aquellas nacionalidades en los que un sector de su juventud haya terminado cautivado por propuestas violentistas.
 
El cambio de paradigma en la educación implica privilegiar opciones donde la creatividad de la niñez y la juventud tengan cabida, donde las normas sean pocas pero precisas y fáciles de comprender y cumplir, donde lo que interese sea el nivel de participación para hallar una solución, ¿qué problema cotidiano tenemos y cómo lo abordamos, innovando lo ya existente?
 
El cambio en la educación implica ser competitivos en dicha actividad pero, por sobre todo, contar con un recurso humano capacitado y predispuesto a aceptar nuestra diversidad cultural, respetándonos mutuamente y colaborando en la consecución de expectativas comunes.
 
Parte del discurso oficial señala que debemos añadir valor agregado a nuestro capital natural, sin embargo, nos hemos preguntado ¿cómo  lograrlo si nuestras universidades e institutos de investigación no son reconocidos como fuentes de creatividad e innovación a nivel internacional?, ¿cómo ser competitivos si no permitimos y facilitamos la instalación de plantas generadoras de energía que abastezcan la demanda potencial de la nueva y futura industria?, ¿cómo contar con una agricultura competitiva si no construimos una infraestructura hidráulica (canales de regadío y represas para garantizar el flujo de agua continuo, regulado y a lo largo del año) que garantice la consecución de cosechas que satisfagan la demanda nacional e internacional?, ¿de qué seguridad alimentaria podemos hablar si no contamos con dicha infraestructura?, ¿cómo alcanzar niveles de comunicación adecuados si se dificulta la instalación de antenas de transmisión de mensajes?, entre otros.
 
Ser competitivos es analizar nuestro territorio, descubrir nuestras potencialidades y ver cómo es que a partir de ellas podemos garantizar un futuro más promisor, basado en la búsqueda de consensos, como pudiese ser la mejora de la calidad de la educación pública.
 
Sin competitividad, el anhelado y a veces afiebrado discurso del Desarrollo Sostenible se queda exclusivamente en dicho ámbito.
 
Muchas gracias por leerme. Se autoriza su reproducción (siempre que se respete la autoría del mismo) para que más peruanos seamos conscientes de la importancia de la minería en el proceso de desarrollo y generación de bienestar en el Perú.

(*) Superintendente de Relaciones Públicas - Southern Peru Copper Corporation